Un juego de cánicas que entendíamos como una santa unción y un duelo contra nosotros mismos, una de las escasas actuaciones de mi grupo de rock —sí, fui cantante y letrista, fui un ángel durantes tres noches y unos cuantos ensayos—, el camino hacia un santuario budista en cuya alberca dormitaba la anaconda, la...
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