En el artículo La web que tenemos que salvar, el iraní Hossein Derakhshan dice añorar la web «rica, diversa y libre» que «está muriendo». Después de seis años en la cárcel en su país natal por delitos de opinión cometidos, según los tribunales de su país, en el blog sobre literatura que publicaba desde Teherán, Derakhshan, condenado en principio a veinte años de prisión, logró ser indultado y solicitó asilo en los EE UU. Lo detuvieron y juzgaron en 2008 y ahora afirma:
Echo de menos cuando la gente se tomaba su tiempo para exponerse a opiniones diferentes y se molestaba en leer más que un párrafo o 140 caracteres. Echo de menos los días en los que podía escribir cualquier cosa en mi propio blog y publicarlo en mi propio dominio sin necesidad de utilizar el mismo tiempo para promover este contenido en un montón de redes sociales; cuando a nadie le importaban los «Me gusta» y los compartidos. Esta es la web que recuerdo de antes de ir a la cárcel. Esta es la web que tenemos que salvar.
Desde diciembre de 2004 publiqué 5.094 fotografías en mi cuenta del portal Flickr. Según las estadísticas de la empresa, las imáganes, tomadas por mí en cámaras analógicas y digitales, fueron visitadas por 1,2 millones de personas y recibieron 29.500 faves. Mi cuenta tenía 5.200 subscriptores.
Hice tangibles a algunos de aquellos amigos que comenzaron siendo contactos virtuales. Hoy nos sabemos presentes.
Publiqué en una revista cultural —existían hasta hace pocos años, sí— una sección con semblanzas y galerías de fotos: Revelados.
Repito un obituario que redacté no hace tanto como pregón de una exposición en Barcelona:
Fotografía. Acaso “un cuadro pintado por el sol sin reglas artísticas”, como opinaba Ambrose Bierce. O “un secreto sobre un secreto”, según Diane Arbus.
Tiempo de desproporcionada abundancia. Con la universalización de la foto-chip digital cualquiera es un fotógrafo. Algunos cínicos se atreven a afirmar que sólo son necesarios un dedo y un ojo. No les falta razón.
Hay demasiadas fotos y demasiadas personas haciéndolas. Demasiados dedos, demasiados ojos, demasiada piel, escasa médula…
Poca, muy poca, trascendencia y casi ningún secreto revelado. La foto como confesión (aquella que Paul Strand anteponía a la foto como documento) está en desuso.
Pocos se atreven a desnudarse ante la cámara y, porque la revelación es una carretera de doble sentido, tampoco detrás de ella.
No soy fotógrafo.Ojalá pudiera declarar con alguna certeza que soy humano.
Me siento encadenado medularmente a mis semejantes por la piel, la angustia y la enfermedad. Quizá porque yo también las padezco, necesito retratarlas, abrazar la banda sonora del mundo, siempre una música de huesos.
Hoy he derribado la casa. Fue doloroso pero era necesario. Mantengo mi página de Flickr sólo nominalmente. Para evitar usurpaciones dejo a la mujer más funk que ha bailado para mí, un autorretrato con mi camisa favorita y, en la marquesina superior, al gato de ojos amarillos de una inolvidable taberna madrileña.
Mantengo la creencia de que las fotos deben contener al fotógrafo y al fotografiado, como si ambos bailasen una danza mortuoria. Tengo la impresión de que jamás volveremos a bailar como alguna vez lo hicimos, como derviches en busca de almas hermanas.
[…] mis fotos carentes de acomodo desde que derribé antiguas moradas. No acudo con el fanatismo pasado al rito de las cámaras. Como de otras religiones —la […]