En la cultura asfáltica, los últimos nómadas son los camioneros. También pueden ser considerados los nuevos galeotes, manejando grandes tonelajes bajo banderas de conveniencia. Cowboys estonios, kazajos, ucranianos, bielorrusos o polacos en las cabinas que arrastran megatrailers de casi 15 metros de largo y atraviesan la cortés noche europea para que los niños beban zumo de naranja.
En el cubículo de tres metros cuadrados escuchan canciones sobre los héroes arenosos de Springsteen, hablan por onda corta con los colegas, se cambian el chándal sudado por otro menos sudado y a seguir ruta…
Si son ingleses o alemanes, cada vez menos porque casi todos se han jubilado, pueden llegar a 2.300 euros al mes. Si eres un nuevo jornalero, 800 y 12 horas al día quemando llanta. Lo tomas o lo dejas. Siempre lo tomas porque en Polonia el salario medio es ocho veces más bajo.
A Lukasz Urban nadie podía discutirle los atributos para manejar el Scania-R de 450 caballos, cabina topline y, como los más bellos alazanes y el café, con la piel de la carrocería negra e irradiante. Acarreaba 25 toneladas de barras de acero que debía entregar a una de las filiales del grupo Thyssen-Krupp, cuyo nombre contiene algunas lecciones, no siempre honestas, de enriquecimiento cómplice con el mal.
Como el encargo culminaba en Berlín y Lukasz había llegado antes de tiempo, aprovecharía para comprar un regalo de Navidad para su esposa, Zuzanna, un nombre que solo necesita cuatro letras para merecer una balada de Springsteen. Quizá algo de picante levedad o descaro naíf: cualquier cosa con tal de sumar otra sonrisa en casa, en Roznowo, en la Pomerania Occidental que desde 1933 a 1945 fue nazi por la fuerza, y luego, tras ser liberada por los rusos con una segunda oleda de sangre polaca, entregada a Stalin y a la nueva Polonia comunista.
Para el camionero la historia se disolvía en la noche. Estaba en Berlín, debía esperar, entregar a la hora convenida, cargar otra vez lo que tocara, llevarlo a Dinamarca y entonces volver, a tiempo para Navidad, a Roznovo. Sus compañeros de trabajo le llamaban Inspector porque cumplía tanto que rozaba la caricatura. Siempre listo, señor: 37 años, 120 kilos, 183 cm de altura y la fuerza de trabajo prototípica de los hombres de acero de la sufrida y católica tierra polaca.
La última foto muestra al Inspector en un gesto anormal como una premonición. El camionero sonríe por el kebab que acaba de pedir. Unos minutos después, antes de subir al camión, es encañonado con una pistola por un humanoide con brasas en la mirada.
Poco más tarde, acuchillado y tiroteado en una dura refriega con el secuestrador, sentado y quizá casi cadáver en el asiento del copiloto, Lukasz es la primera víctima y el primer héroe de la carga mortal del Scania negro contra el mercadillo navideño.
Reclaman que el camionero polaco sea condecorado por evitar una matanza peor, pero, y eso nunca se lo podrán adjudicar, él cambiaría toda medalla por una sonrisa de Zuzanna.