Una joven de pálido fulgor, quizá una dríada de los bosques, abre una jaula de cristal de la que salen volando mariposas doradas. Otro personaje, un híbrido de humano y anfibio, intenta que los insectos pasen a traves de un aro rojo. Mientras tanto, entre las piernas de este segundo elfo, una rana toca una melodía en una flauta.
El cuadro, de un moderno simbolismo, fue pintado en 1926 por Manuel Bujados (1889–1954), un olvidado pintor e ilustrador nacido en la villa marinera gallega de Viveiro-Lugo y fallecido en Belle Ville, en la provincia argentina de Córdoba. Casi o nada se sabe del artista con precisión pese a que fue de los más brillantes de su tiempo, colaboró con publicaciones como La Esfera, una de las revistas gráficas más sobrias, novedosas y de alta calidad de Europa en las primeras décadas del siglo XX.
La editó en papel cuché la empresa Prensa Gráfica entre 1914 y 1931; costaba 50 céntimos, diez veces más que un diario y el doble que las de su género; fue la principal rival de la veterana y conservadora Blanco y Negro y, como tantas otras publicaciones progresistas pero dedicadas a la cultura, quebró en los tiempos politizados y rutinarios de la República.
La siempre sorprendente Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional ofrece digitalizados 867 ejemplares de La Esfera, a la que definen como «la mejor (revista) de su tiempo» y un «paradigma del periodismo gráfico de actualidad y a la vez literario» —en la nómina de colaboradores figuraban, entre otros muchos, Miguel de Unamuno; José Francés; Benito Pérez Galdós, que publico durante 1915 sus quince entregas de Memorias de un desmemoriado; Emilia Pardo Bazán; Wenceslao Fernández Flores; Ramón María del Valle Inclán; Vicente Blasco Ibáñez; Rubén Darío; Manuel Machado y Juan Ramón Jiménez.
Nacido en la costa lucense por puro accidente —era hijo de una próspera familia de comerciantes valencianos con intereses en Argentina—, Bujados tuvo la suerte de que su hermano mayor, heredero de la fortuna paterna, creía en la naturaleza artística de Manuel, consintió que abandonase los estudios de Ingeniería Industrial en los que ya estaba matriculado y, en 1911, le pagó los costes de un viaje de iniciación y aprendizaje por las grandes mecas europeas de París, Berlín, Viena y Londres, donde florecían y se entrecruzaban las vanguardias previas al drama de la I Guerra Mundial.
Al regresar a España el artista consiguió colocar sus ilustraciones con periodicidad en La Esfera, donde fue protegido por el crítico de arte José Francés y Sánchez-Heredero, que adivinó en el joven el mismo estilo difuso, misterioso y de correspondencias ocultas entre los objetos, el ambiente y los personajes de los grandes simbolistas europeos, en especial del británico Aubrey Beardsley, muy conocido por ilustrar las obras de Edgar Allan Poe.
Hay muy escasa información sobre este ecléctico dibujante, capaz, como se aprecia en algunas obras, de adoptar un tono con ecos del futurismo y el constructivismo y, en otras, hundirse en el tenebrismo o las intenciones metafísicas.
El bloguero Santos Maroto le ha dedicado a Bujados tres entradas en el la bitácora Final de página. En uno de los posts dice que la pretensión del artista, un «amigo de las hadas», era crear obras «con aspecto de esmaltes»:
Brillan sobre oros los colores, chispeando igual que joyas bárbaras y espléndidas en el estuche de un fabuloso lujo, al que añade la misma naturaleza engalanada; cuerpos semidesnudos, con matices de pétalos, adoptan eurítmicas posturas bajo el elogio de estofas y pedrerías, entre la rúbrica ingrávida de velos, irisándose por doquiera la luz; los espejos reflejan rutilancias y los vitrales cobran tonos de mariposas. He aquí el ambiente que exigen y consiguen unos poemas de suspiros. Inducido por tamaña suntuosidad de técnica al servicio de una compleja ideología, no tiene nada de inverosímil que alguien moteje de enfermizo y cerebral el concepto estético de Bujados.
Hombre de gran cultura y variados dones —tocaba el piano y llegó a firmar alguna composición, escribió poemas que hoy están perdidos, firmó reseñas artísticas y fue amigo de la intelectualidad madrileña del primer tercio del siglo XX—, Bujados permanece en un semiolvido inmerecido. El Museo Provincial de Lugo recibió en 2014 la donación de una serie de bocetos y organizó una antología para celebrar el 60º aniversario de la muerte del artista [pequeño folleto en PDF con un texto biográfico en gallego].
Fuera de España la relegación es observada con indignación y con asombro la obra de Bujados, orientalista, poético, precursor del prerrafaelismo inglés y el art déco. El blog de arte e ilustración 50 Watts, una de las webs de referencia de las artes plásticas menores y los artistas relegados a un injusto silencio, acaba de dedicar al artista gallego una profusa entrada, colocando a Bujados a la altura de otro colaborador gráfico de La Esfera, este bastante más difundido, Rafael de Penagos (1889–1954) [obras digitalizadas por la Hemeroteca Digital], que nació y murió en los mismos años que su colega.