Ayer cumplió 64 años David Robert Jones, al que casi todos llamamos David Bowie y algunos llaman, con bastante injusticia, payasete, mono blanco, camaleón, zorra, o Madamme Pop-padour.
El hijo de la acomodadora de cine Peggy y el empleado de una organización benéfica John ha tatuado su gallardo porte en la música de los últimos 45 años. Ahí es nada: si la experiencia es un valor añadido, otorgémosle a Bowie, al menos, la garantía de la permanencia. No siempre estable, no siempre ingenioso, pero bastante elegante para tratarse de un prima donna.
Colóquenlo al lado de otros contemporáneos (Elton John, Paul McCartney, Mick Jagger, por ejemplo) y sean realistas: Bowie gana de calle a esa caterva de decrépitos.
De huella más profunda (¿existirían The Cure, Arcade Fire o Depeche Mode sin Bowie?) y de inteligencia más aguda (los discos fríos de 1977, Low y Heroes, son inmortales, gestores de movimientos, trampolines hacia aguas profundas), lo bueno supera a lo malo en una carrera dilatada y demasiado expuesta a los flashes que el narcisismo del personaje ha reclamado.
Con una pequeña dosis de aislamiento, con algo más de clausura, Bowie estaría ahora a la altura de Dylan. Le han perdido su vanidad, el gusto por el disfraz y algunos inncesarios y grotescos modales avant-garde.
Estoy desde hace días repasando de manera casi febril la maraña discográfica del hijo más notable de Brixton. Me gusta. La prueba del tiempo y su fatal juicio no le colocan entre los muchos tartufos del rock. Bowie sigue teniendo categoría aunque a veces le sobre maquillaje.
No words !…. Ô BOWIE !!!!!
[…] Felices 64, señor Bowie […]
[…] la edad de pechos hinchados, posesiones, autosuficiencia y seda de Roxy Music, Yes, Led Zeppelin, David Bowie y los cada día más soberbios Rolling Stones. Nick no sabía de eso: ni una sola conferencia de […]
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