Ya no cultivo el autorretrato como boxeo de sombras: es demasiado tarde para medirse a golpes con un tipo cansado.
El par de imágenes de arriba es excepcional. Se trataba de las dos últimas fotos de un rollo que deseaba revelar cuanto antes.
Me senté en el quicio de la ventana, dejé que sol, esa otra forma de puñetazo, me cerrase los ojos e hice disparos superpuestos. Casi siempre merezco dos bofetadas para despertar.
El mismo día, más tarde, encontré mi apellido señalando los límites del reino que merezco: el forjado de una acera.
Sospecho de toda invención, de toda originalidad: esta ceremonia es arcaica, esta piel es siempre anciana. Dudo de la eterna juventud en la que alguna vez creí a ciegas, porque «lo que llamamos camino, es vacilación» y «de día no se ven las estrellas».
Lo dijo, en Praga la oscura el primer cantante de blues.