En un momento en que la consideración de la fotografía como expresión artística está en duda precisamente por la universalización sin precedentes del uso de cualquier adminículo capaz de congelar una imagen y distribuirla al instante —300 millones al día en Facebook y más de 5.000 millones subidas a Instagram desde el debut de la aplicación—, tiene bastante sentido la propuesta de la dinámica Photographer’s Gallery de Londres: mostrar de manera simultánea la obra fotográfica de tres grandes artistas famosos por actividades ajenas a las relacionadas con las cámaras.
El trío elegido es de altura: uno de los mejores y más influyentes escritores del siglo XX, William S. Burroughs (1914-1997); el más famoso de los muchos padres del arte pop, Andy Warhol (1928 – 1987), y uno de los grandes cineastas de la inquietud contemporánea, David Lynch (1946). Los tres nacieron en los EE UU, sólo el último sigue vivo y a todos les unió una devoción inquebrantable por la fotografía como arte, forma poética para traducir las emociones a imágenes bidimensionales —reales pero fantasmagóricas en el sentido de que retienen lo que fue— y género ideal, por portátil y económico, para la expresión personal de neurosis y devociones.
Algunos entrecomillados para aventar la forma en que cada uno enfrentaba la conexión ojo-cámara y sus milagrosos e imprevistos resultados. «Estuve a la deriva haciendo fotos y terminé enganchado». Burroughs, de cuyo nacimiento se celebra el centenario en 2014, no pudo elegir un verbo que le cuadrase mejor: engancharse. Lo estuvo a muchos tipos de drogas, sobre todo la heroína, y la frase textual procede, precisamente, de la novela Yonqui. La obra, editada bajo seudónimo en 1953, ofrece una descripción de los efectos de los opiáceos que también puede aplicarse a la acción de la fotografía: «Colocarse es ver las cosas desde un ángulo especial. Es la liberación momentánea de las exigencias de la carne temerosa, asustada, envejecida, picajosa».
Mucho menos dado a explicarse con propiedad y mucho menos culto, Warhol llegó a afirmar que en determinado momento de su vida «no creía en el arte, sólo creía en la fotografía». En términos de simple contabilidad, Lynch afirma: «Pintar un cuadro es mucho más barato que hacer una película. La fotografía es aún más barata».
Las tres muestras que se celebran en Londres son simultáneas en el tiempo, todas permanecerán en cartel hasta el 30 de marzo, pero se celebran en dependencias separadas de la galería, cuya triple apuesta es, de largo, la más interesante de todas las exposiciones fotográficas que se celebran en Europa en estos momentos. Los lemas de cada una son: Taking Shots —la de Burroughs, cuyo título tiene en inglés tres sentidos: Tomando fotos, Metiéndome heroína y Dando tiros (era un defensor confeso de las armas de fuego)—, The Factory Photographs —la de Lynch, Las fotos de la fáctoría— y Photographs 1976-1987 —la de Warhol, Fotografías 1976-1987—.
La más interesante es, sin duda, la de Burroughs: por cantidad de obras, más de cien, por el carácter inédito de buena parte de ellas y porque también exhibe collages, ensamblajes, tarjetas postales, revistas y portadas de libros. También se proyectaTowers Open Fire (1963), un corto experimental dirigido por Antony Balch con el escritor reflexionando sobre su teoría de la fotografía, que le fascinaba porque tiene la capacidad de «interrumpir el continuo espacio-tiempo y ampliar la percepción del espectador del mundo físico», explican los organizadores de Taking Shots.
Las fotografías expuestas fueron tomadas entre los años cincuenta y setenta del siglo XX y muestran la vida nómada que llevó Burroughs, frecuentemente hostigado por la Policía allá donde fuera. Los escenarios son Londres, París, Nueva York y Tánger, donde el autor hizo retratos a algunos de los escritores de la generación beat (entre ellos Jack Kerouac y Allen Ginsberg) que buscaron refugio en la tranquilidad de la ciudad marroquí.
Burroughs utilizó la fotografía en parte como «una herramienta de investigación» y «un medio de experimentación estética». Elaboradas de forma barata y tratadas como «artículos desechables», muchas de sus imágenes aparecen marcadas y arañadas y carecen de título y fecha. En una entrevista en 1976, declaró que le gustaba usar las fotos para construir personajes literarios o, por el contrario, hacía determinado retrato porque la persona le recordaba a alguno de los protagonistas de sus obras.
En The Factory Photographs, Lynch muestra unas ochenta imágenes, tomadas entre 1980 y 2000 en fábricas e instalaciones abandonadas de Alemania, los EE UU, Polonia y el Reino Unido. Capturan paisajes laberínticos y decadentes de las «catedrales de la era industrial pasada y poco a poco superada por el poder innato de la naturaleza», pero también imprimen a estos lugares el carácter de refugio interior contra el mundo circundante preñado de males y peligros.
Bien conocido por el uso de los procesos fotográficos como fuente de material para futuros lienzos, Warhol presenta medio centenar de imágenes, casi todas callejeras, que realizó a partir de 1976, cuando compró una cámara compacta Minox con la que paseaba por Nueva York haciendo fotos al azar que luego revelaban sus ayudantes de The Factory. El artista estadounidense usaba la cámara como una simple «grabadora» que le permitía satisfacer su ansia de ser «un observador y registrador ávido» de todo su entorno.
En paralelo a las exposiciones la editorial Prestel publica los libros Taking Shots. The Photography of William Burroughs, con ensayos de Patricia Allmer y John Sears, y David Lynch. The Factory Photographs, con un texto analítico de Petra Giloy-Hirtz.
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