¿Qué pasa en el gueto?
¿Han inoculado diazepam en la olla podrida, el gumbo, la polenta?
¿Calvin Klein supera en músculo a Malcolm X?
¿Manda el antitranspirante en el territorio del dancehall?
Los cuatro discos del mosaico son otras tantas descargas de música, digamos, soul editada en 2010.
El par de arriba es de artistas jóvenes.
Cheryl Cole es una triunfita inglesa nacida en 1983. La alaban porque además de gorgojear, sale muy mona en los anuncios de L’Oreal.
Tras su mercadotecnia está el ubicuo William James Adams, Will.i.am, líder de The Black-Eyed Peas y perpetrador, además de otros muchos crímenes, de las canciones It’s a New Day, We Are The Ones y Yes we Can, inspiradas en sendos discursos del Dante beis contemporáneo, Barack Obama.
Janelle Monáe (Kansas City-EE UU, 1985) no practica el recato. Es una de esas artistas de enorme boca mediática y conceptos no menos ciclópeos.
«Tengo la responsabilidad ante mi comunidad y todas las jóvenes de ayudar a redefinir la imagen de la mujer. No creo en la moda de hombre y la moda de mujer, me gusta lo que me gusta», dice en una entrevista.
Es decir, me aburro y me apetece. Justo lo que adujo Hitler antes de invadir Polonia. El disco The Archandroid, prosigue la Monáe, gnóstica y tras googlear unos minutos en busca de background, tiene guiños a Phillip K. Dick, Metrópolis, Jimi Hendrix y Bernard Hermann.
Hasta ahí la neo-alternativa. El gueto-gaga.
Los discos de abajo son de señoras. Aléjense los socios de la Cofradía de la Espinilla Espiritual y los realizadores de vídeoclips con la cabeza demasiado caliente.
Mavis Staples (Chicago-EE UU, 1940) y Sharon Jones (1956) no necesitan filtros digitales, medialabs, ritmos programados… Son viejas, están llenas de rabia, candor, ecuanimidad, celos, rabia, esas emociones que no tienen grupos de apoyo en Facebook.
Acabo de someterme a la prueba clínica de escuchar los cuatro discos de un tirón. Juro ante el cadáver caliente de Sam Cooke en calzoncillos en el callejón que jamás retornaré a los dos primeros.
Desde hace unos veinte años vengo recogiendo evidencias de que los músicos blancos no tienen nada que hacer, que la música ha retornado al cieno primordial, pegajoso, denso e inimitable como fuente inspiradora. Nada mejor que el hip-hop y su abierta desvergüenza frente al pop, dominado, otra vez, por monstruosas aberraciones trendy (Arcade Fire, por ejemplo) o capos mafiosos (U2).
Pero ahora tengo miedo y dudo. Si las señoritas Cole y Monáe son las nuevas hijas del blues del pantano, quizá lo mejor sea volver a África y bailar como primates.
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