La niñita es Doon Arbus. La sostiene su madre, Diane, la mujer más peligrosa del mundo con una cámara en las manos.
Normam Mailer dijo que darle a Diane una cámara era como darle a un bebé una granada.
Hay tensión en los retratos. La mirada de la mujer no es fácil de soportar.
No conocía este par de fotos. Las encontré esta mañana, mientras la casa y la ciudad dormían abrigadas del frío y el hielo.
Dicen que las fotos de Diane Arbus era espejos de un alma torturada.
Parece confirmarlo su muerte temprana, a los 48 años, tras una ingesta de barbitúricos y el corte de las venas de ambas muñecas.
Vivía en una residencia de artistas de Nueva York, tan aislada por la tristeza como para explicar que tardaran dos días en encontrar el cadáver.
Antes de sacarse de en medio escribió algo, pero sólo conocemos el título: Nota de la última cena. El texto fue destruido, acaso ni siquiera superó nunca la línea matriz. Acaso el título bastaba.
Las fotos que hizo Arbus parecen dentelladas. Algunas dejan marca durante años, como las palizas.
Doon se ha encargado de organizar el legado e intentar que las modas y sus mercaderes no interrumpan el fluido, el compromiso de sangre de la fotógrafa y su obra.
En 1967, en una carta a su segunda hija, Amy, Arbus escribió: «Cuando retrato no quiero que mis modelos me miren, prefiero que se miren».
Hace mucho frío y el sol brilla sin calentar. Creo que así ha de ser la mirada.
[…] primera vez al escondite, la gran huída de nuestra propia sombra), Borges se dejó retratar por Diane Arbus, que dos años después se suicidaría en la misma […]
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