Buddy & Zimmy

04/02/2011
El día que murió la música, 3 de febrero de 1959

El día que murió la música, 3 de febrero de 1959

Aunque los detalles de la historia de abajo sean fruto de la morosa imaginación que me acompaña en estos días quebrantados, la situación es rigurosa, cierta en el sentido explicativo:

El 31 de enero de 1959, el joven Bob Dylan (18 años de felicidad en los carrillos y el domesticado tupé), todavía llamado por entonces Robert Bobby Zimmerman, fue con algunos de sus amigos de Hibbing al concierto de la gira Winter Dance Party en el National Guard Armory de su patria natal, la sucia y norteña Duluth, nación de fortunas reiteradas con el comercio del hierro y el cobre que escupían las hoscas torrenteras de las colinas.

Levantada sobre antiguas posesiones de los sioux y fundada en 1679 por el comerciante francés Daniel Greysolon Sier Du Lhut, que impuso sus apellidos a la población, el esplendor de Duluth llegó por su condición de enclave portuario en la esquina suroccidental del lago Superior, con acceso, mediante los canales de Sault Sainte Marie, a ambos océanos.

A finales del siglo XIX, Duluth era la ciudad de más rápido crecimiento de todos los Estados Unidos –los diarios de la costa este hablaban del milagro de la Ciudad Zenit–.

Había trabajo de sobra para los inmigrantes que llegaban de Lituania, Letonia y otros territorios bálticos, desfallecidos bajo el peso del alejamiento y, por tanto, capaces de las mayores proezas.

También, en menor medida, llegaron judíos de Odesa, sagaces hombres de comercio que escapaban con sus familias del primer pogrom (en ruso, devastación) ordenado a partir de 1881 por el zar Nicolás II, durante el cual murieron miles judíos y doce millones emigraron a los Estados Unidos.

“Incluso un judío puede ser Dios en Duluth”, decía una apostilla de tono fanático de aquellos días de avalancha.

Uno de los escapdos de las matanzas zaristas de Odesa era Zisel Zimmerman, a quien todos, con el reduccionismo léxico propio del medio oeste, llamaron simplemente Zigman.

Zigman fue el abuelo de Bob Dylan.

Por esa única condición merece la gloria, sea quién sea el dios que está en los cielos.

A finales de los años cincuenta no quedaba esplendor alguno en la ciudad reseca y decadente: el mineral había sido exprimido de la tierra con la furia bruta de los humanos y sólo restaba una polvorienta ceniza que atosigaba el ambiente.

Todos querían escapar: los Zimmerman lo hicieron estableciéndose en Hibbing, algo más al norte, donde las coníferas que atosigaban las colinas daban al mundo un decorado menos lóbrego.

En 1959 incluso los besos sabían a escoria en Duluth.

Los cinco amigos sólo se acercaban a la ciudad cuando era biológicamente necesario y el Winter Dance Party era tan obligatorio como la penicilina si tienes una infección.

Cartel del Winter Dance Party, invierno de 1959

Cartel del Winter Dance Party, invierno de 1959

En la sesión actuaron Ritchie Valens, The Big Bopper, Dion and the Belmonts y Buddy Holly y los Crickets.

Tras la actuación los músicos y su agente alquilaron un autobús escolar para trasladarse a Green Bay, a siete horas de distancia.

Se disolvieron en una feroz tormenta de nieve, helándose en aquel trasto sin calefacción, de asientos rígidos como bancos de iglesia.

Tocaron en Green Bay, frente a otro de los Grandes Lagos, el Michigan, y al día siguiente, en el Surf Ballroom, en Clear Lake, en el vecino estado de Iowa.

El tres de febrero, Buddy Holly, cansado de circular en aquel vehículo para niños, decidió alquilar una avioneta para proseguir con la extenuante gira.

Volar le permitiría tomárse un respiro, dormir en una cama caliente y ganar tiempo para mandar a la tintorería algunas de las camisas con chorreras que utilizaba para actuar.

A Buddy, un genio de 22 años, le oprimía el pecho una goma negra.

Acababa de casarse. Su mujer, María Elena Santiago, nacida en San Juan de Puerto Rico en 1932, estaba embarazada. Holly necesitaba dinero rápido y ser una estrella no era lo que había pensado.

Se sentía como un robot: le habían pagado el arreglo de la dentadura, el tratamiento para la halitosis y las primeras grabaciones, pero ahora lo mandaban a tocar para aquellos nórdicos ceñudos.

Añoraba la luz de Texas y no le encontraba sentido a cantar sus canciones sobre amoríos que sabían a vainilla.

Además, había roto con su empresa discográfica y del grupo que le había acompañado desde sus inicicios, los Crickets, sólo quedaba su colega de niñez Tommy Allsup.

Para tocar la guitarra había contratado a Waylon Jennings, al cual la historía tenía reservado un lugar como trovador-forajido.

En Mason City los músicos del Winter Dance Party encontraron un piloto dispuesto a llevarles hasta Fargo, en Dakota del Nore, el aeropuerto más cercano a la siguiente parada de la gira, Moorhead.

La avioneta era una Beechcraft Bonanza, con tres plazas para pasajeros.

Charles Hardin Holley - Buddy Holly (1936-1959)

Charles Hardin Holley – Buddy Holly (1936-1959)

Holly era el cabeza de cartel y tenía el privilegio de una plaza. Ofreció al resto de los músicos que decidiesen quién ocuparía las otras dos.

– Sólo nos costará 36 dólares por persona -dijo

Cuando otorgas un valor a algo nunca piensas que están poniendo precio a tu muerte.

Uno de los asientos correspondió, sin discusuión, a Big Bopper –nombre artístico de Jiles P. Richardson-, que estaba muy acatarrado.

El otro se lo jugaron a cara y cruz Alsup y el chicano Ricardo Valenzuela, que se había agringado el nombre para llamarse Ritchie Valens pero seguía cantando canciones que enorgullecían a sus papás.

Por ejemplo, La bamba:

Para subir al cielo se necesita
Una escalera grande y otra chiquita
¡Ay arriba y arriba!

Ganó Valens, que pidió cara. Como su ranchera solicitaba, subiría pronto al cielo.

Desde una cabina Buddy llamó a su mujer y Ritchie a su hermano: ambos se quejaron de las miserables condiciones de la gira.

Antes de despegar del aeródromo de Mason City, Holly bromeó con Alsup:

– Tú sabrás lo que haces, pero ese viejo autobús os va a dejar tirados en medio de la tormenta.

Alsup contestó:

– Y tu vieja avioneta se va a estrellar.

Ambas pullas se convirtieron en profecías.

Encontraron la avioneta en un sembrado de maíz encandilado por la nieve. Se había estrellado a los pocos minutos de despegar, a sólo ocho kilómetros del aeropuerto, durante los primeros minutos de la madrugada del 3 de febrero. Ayer se cumplieron 52 años.

Los cuatro cadáveres estuvieron a la intemperie durante diez horas. Parecían incongruentes muñecos rígidos.

Reloj Omega de oro y diamantes que había regalado a Budyy Holly su mujer. El cantante lo llevaba puesto cuando se estrelló la avioneta en 1959. La viuda subastó el reloj en 2006.

Reloj Omega de oro y diamantes que había regalado a Budyy Holly su mujer. El cantante lo llevaba puesto cuando se estrelló la avioneta en 1959. La viuda subastó el reloj en 2006.

El forense Ralph E. Smiley hizo el último retrato de Charles H. Holley, el rocker de 23 años al que todos llamamos Buddy Holly:

El cuerpo de Charles H. Holley está vestido con una chaqueta amarilla de polipiel cuyas cuatro costuras traseras aparecen rotas. Hay una herida en la parte trasera de la cabeza. Falta la mitad del cuero cabelludo. Sangre en ambos oídos. El rostro presenta múltiples laceraciones. La consistencia del pecho es blanda. Los brazos están fracturados. Ambas piernas presentan múltiples fracturas.

Los oficiales de la oficina del shérif recogieron los siguientes efectos personales del cadáver:

  • 193 dólares en efectivo
  • Un par de gemelos de plata.
  • Una alianza, también de plata.
  • Un bolígrafo.
  • Un reloj Omega de oro blanco.
  • Unas gafas de pasta negra.

una chaqueta amarilla
cuatro costuras rotas
y el pecho blando

el oro blanco del tiempo
detenido en la nieve
mi cabeza sin piel
y mis piernas rotas

La realidad escribe tremendas letras de canciones.

No es la menos notable que Bob Dylan haya estado presente en uno de los últimos conciertos de Buddy Holly.

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