Ray Hicks, el roshi zen que lee a Nietzsche y mata mejor que nadie con un M-70, es la luz que quema. John Converse, el periodista de pega que decide traficar con brown sugar desde Vietnam, el vacío que hiela.
Los protagonistas de Dog soldiers (1974), la inmensa novela de Robert Stone (¡qué torpeza editorial no haberla publicado hasta ahora en España!), componen un satori de triste inmensidad. Cualquiera de quienes vivimos los años sesenta surcará el libro con ganas de buscar la bala y el revolver que le corresponden por tanto pecado cometido. Pudimos y perdimos.
Stone (1937) escribe en estado de choque («Dios en el torbellino», «tengo miedo… luego existo»…) la mejor novela sobre la guerra de Vietnam (aunque en sus tres cuartas partes se desarrolle en California) y su implosiva segmentación generacional: las flores hippies ya muertas, la mierda eterna en las suelas de los zapatos, el coqueto jaco que «te hace cositas por dentro», «casi obsceno de lo agradable que es», «un poema muy serio y elegante»…
Esencial: que las canciones de Creedence atruenen mientras leemos como nos escoriaron, nos desparramaron, nos implantaron el miedo… Hicks, sin descifrar del todo a Nietzsche, formula la conclusión: «¿No lo entiendes? (…) Estamos muertos».
Dog soldiers. Libros del Silencio / 432 páginas / 22 euros
[Esta reseña apareció en la revista Calle 20 de noviembre de 2010. El PDF, aquí]
Ray Hicks, el roshi zen que lee a Nietzsche y mata mejor que nadie con un M-70, es la luz que quema. John Converse, el periodista de pega que decide traficar con brown sugar desde Vietnam, el vacío que hiela. Los protagonistas de Dog soldiers (1974), la inmensa novela de Robert Stone (¡qué torpeza editorial no haberla publicado hasta ahora en España!), componen un satori de triste inmensidad. Cualquiera de quienes vivimos los años sesenta surcará el libro con ganas de buscar la bala y el revolver que le corresponden por tanto pecado cometido. Pudimos y perdimos. Stone (1937) escribe en estado de choque («Dios en el torbellino», «tengo miedo… luego existo»…) la mejor novela sobre la guerra de Vietnam (aunque en sus tres cuartas partes se desarrolle en California) y su implosiva segmentación generacional: las flores hippies ya muertas, la mierda eterna en las suelas de los zapatos, el coqueto jaco que «te hace cositas por dentro», «casi obsceno de lo agradable que es», «un poema muy serio y elegante»… Esencial: que las canciones de Creedence atruenen mientras leemos como nos escoriaron, nos desparramaron, nos implantaron el miedo… Hicks, sin descifrar del todo a Nietzsche, formula la conclusión: «¿No lo entiendes? (…) Estamos muertos».