No se trataba de una emisora de radio. Era la voz de los dioses. El locutor estornudaba en el estudio, una casucha de planta baja en Ciudad Acuña (México), y en Chicago, 2.400 kilómetros al norte, decían «salud». Con una potencia de transmisión titánica -un millón de watios-, los alambres de espino de todas...
más»