Escribíamos cartas, corríamos por las líneas de las cuartillas como atletas inmunes al desánimo y los pulmones, al delirio y la fe de una meta que sabíamos inalcanzable. Vivíamos gracias a signos de tinta: “querido mío”, “no deje de serme fiel”, “suyo por siempre”… Escribíamos cartas, éramos así de anticuados. No nos habían manchado...
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