Mi hermano muerto Roberto Bolaño

15/07/2013
Roberto Bolaño (1953-1993)

Roberto Bolaño (1953-2003)

El 16 de julio de 2003, según he comprobado en un calendario universal retroactivo, era miércoles. A las 11:29, de seguro tras los dos cafés diarios en el Cervantes, el bar al que tanto añoro, y la lectura del diario, escribí una entrada bastante corta en un blog que ya no está visible pero del que conservo los archivos:

tras la cápsula estanca de ayer, la realidad: murió Roberto Bolaño, a quien sólo un transplante podía salvar la vida

escritor de los de verdad —ni una sola ínfula, ni un sólo esnobismo, ni una sola colaboración como tertuliano en la radio— fue lavaplatos, guardia nocturno, padre…

escribía, como respirando, entre cigarrillos, rock and roll del bueno e insominio, en el pueblito de la Costa Brava que le había ofrecido patria después de tan dilatada extranjería

en los últimos tiempos se desmayaba con frecuencia en las plazas públicas: «es muy poético», decía, siempre dispuesto a reír al payaso en uno mismo

recuerdo el golpe de Los detectives salvajes, aquella novela de búsqueda y locura de personajes heridos por la poesía… yo también me hice entonces bolañista y bolanista (Arturo Belano y Ulises Lima, inolvidables protagonistas marihuaneros)…

una mierda, Roberto, la vida es una mierda, muy poética, seguramente, pero muy mierda

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Todos tenemos algún antepasado imbécil. Todos, en algún momento de nuestras vidas, encontramos el rastro, las huellas vacilantes del más pelmazo de nuestros antepasados, y al mirar ese rostro huidizo nos damos cuenta, con estupor, con incredulidad, con horror, de que estamos contemplando nuestra propia cara que nos hace guiños y muecas amistosas desde el fondo de un pozo

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Casi un año y medio más tarde, el 14 de diciembre de 2004, martes, mientras leía la novela póstuma de Bolaño dejó escrita para asegurar el futuro de sus hijos, escribí otra entrada:

ando a vueltas con la novela póstuma de Roberto Bolaño, 2666

Bolaño, que soñaba con Kafka viendo arder el mundo mientras los Titanes luchaban en el cielo de Nueva York, murió a los cincuenta años de una enfermedad hepática

dejó el libro escrito como forma de asegurar un ingreso extra para sus hijos: cuatro novelas que debían ser editadas por separado para que las regalías llegasen de forma gradual

la han editado, sin embargo, como forma de negar la muerte, en una sola pieza

quizá la muerte, como Kafka y Bolaño saben ahora, es un tigre que te incorpora al rayado sueño de su pelaje

el editor del libro, Ignacio Echevarría, colega y compadre del escritor, revela en el epílogo necesario dos pequeñas anotaciones que Bolaño escribió de su puño en el manuscrito

la primera dice: “El narrador de 2666 es Arturo Belano”

la segunda, con la indicación “para el final”, añade: “Y esto es todo, amigos. Todo lo he hecho, todo lo he vivido. Si tuviera fuerzas, me pondría a llorar. Se despide de ustedes, Arturo Belano”

es un libro, como otros del chileno, insensato, perseguidor de la totalidad, como acaso debieran ser los libros, porque cuando te sientas y escribes buscas abrir las fauces del tigre y eliges el perfume de su interior, que contiene los perfumes todos sintetizados en un hedor, un limón, un golpe nasal, un amor eterno…

no quiero hablar del libro, no tengo derecho: apenas me acerco a la página 300 de las 1.119 que lo integran

quiero hablar de un libro dentro del libro

en determinado momento, la acción –y hay a raudales en esta novela- nos conduce a la polvorienta soledad mexicana de Santa Teresa, trasunto de Ciudad Juárez, en Sonora

(en la guía teléfonica de esa mítica Santa Teresa, estoy seguro, varios vivos y aún más muertos figuran apuntados bajo esta nomenclatura: RULFO, Juan)

el paisaje de las muchachas asesinadas, las mujeres invisibles, en cuyo misterio, dice un personaje, “se esconde el secreto del mundo”, es el brutal telón de fondo de la novela de Bolaño

en Santa Teresa vive y da clases, escuchando voces que admite, tras el susto inicial, con la naturalidad de quienes sabemos que no sólo las lenguas hablan, un profesor chileno con su hija adolescente

tiene un pasado con grietas a cuyo interior no quiere asomarse, so pena de perder la cabeza: mejor las voces que la propia historia

el profesor cuelga una bandera en la cuerda de secar la ropa

todos tenemos una enseña, un harapo en el patio (ésta cacofonía le encantaría a Bolaño, lo sé)

cuelga un libro (¿qué otro objeto merece ser ahorcado?), lo sostiene con pinzas de colada, quizá plásticas, verdes, amarillas y azules

la arena del desierto se posa sobre las tapas, el profesor encuentra un consuelo premonitorio en esa deriva inevitable, en la dureza de lo débil

el libro —que aparece, como los tigres, sin que nadie lo llame— es el Testamento geométrico de Rafael Dieste (1899-1981), un aburridísimo escritor gallego que llevaba muy mal la homosexualidad, escribía insufribles piezas de teatro y ha sido homenajeado una y mil veces por los promotores de esa entelequia que llaman patria galega

aunque el protagonista de la novela de Bolaño no sabe por qué tiene el libro (a veces los libros nacen como los gusanos de una carne muerta), una etiqueta indica la librería de procedencia: Follas Novas, en la calle Montero Ríos de Santiago de Compostela

(la conozco, claro, nací en Santiago y a veces regreso)

(la librería edita a menudo libritos de notables compostelanos: entre su catálogo figura el dramaturgo Roberto Vidal Bolaño, que se llama casi igual que el otro Bolaño y murió un año antes que él)

(traté de manera circunstancial al Bolaño gallego, al otro Bolaño lo llevo más adentro)

(en la librería Follas Novas compraba mi madre sus libros de texto cuando era una adolescente sin nombre que estudiaba Magisterio, caminando desde la aldea hasta Santiago por corredoiras vigiladas por lobos)

(la toponimia del mundo gira en una polka y se posa al azar, de modo que cualquier lugar en cualquier momento puede ser Santiago, Santa Teresa, La Habana, Salamanca, Katmandú, Madrid, Ciudad Juárez)

(el instituto donde estudian mis hijos y de cuya asociación de padres fui presidente durante dos años se llama Rafael Dieste)

(entre paréntesis: la sorpresa de verme ante el tigre, ante el lobo, ante las fauces, ante la cuerda de colgar la ropa)

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No tengo nada en contra de las autobiografías, siempre y cuando el que la escriba tenga un pene en erección de treinta centímetros. Siempre y cuando la escritora haya sido puta y a la vejez sea moderadamente rica.

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Escribí sobre Roberto Bolaño una de las piezas periodísticas sobre las que, contrariamente al escaso crédito que me concedo, siento un orgullo paternal.

Se me ocurre que hoy, décimo aniversario del 15 de julio de 2003 que se llevó por delante al mejor de los escritores de mi generación, puedo repetir algunos párrafos. Siempre rezamos la misma oración concéntrica:

Ahora que ya no tengo blog —y la vida sigue siendo muy mierda— sigo a vueltas con Bolaño (Santiago de Chile, 1953 – Barcelona, 2003), que hubiese cumplido este año 55, dos más que yo. Acaso sea eso, la fisiología de las generaciones, las agendas que se pueblan de muertos, el sueño de un pueblo frente al mar para consolarse contra la inevitable extranjería de los transterrados, los mareos en las plazas públicas… No sé qué es, pero sigo siendo bolañista, bolanista y, por méritos propios, bastante boludo.

Decía mantener la esperanza gracias “a los niños que follan como niños” y los “guerreros que combaten como valientes”.

Preparan también unas cuantas películas basadas en su obra valiente, pero no esperen a la pantalla, vayan a las librerías y, si tienen el bolsillo enfermo, sean ladrones por una vez. A Bolaño no le importará. “Lo bueno de robar libros (y no cajas fuertes) es que uno puede examinar con detenimiento su contenido antes de perpretar el delito”, decía.

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Eso es lo que quiero chuparte, me dijo una noche.
¿Qué, Lupe?
El corazón.

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En esa pieza, que por razones de formato debía incluir un libro y un disco relacionados con el personaje me atreví a emparentar a Bolaño con:

From Elvis in Memphis (Elvis Presley, 1969).
Ni Dylan ni Morrison ni Lennon. «No nos hagamos los remilgados: Elvis forever. Elvis con una placa de sheriff conduciendo un Mustang, atiborrándose de pastillas y con su voz de oro», declaró Bolaño poco antes demorir. El escritor era, como Presley, fogoso y luchador, unamáquina bélica armada de literatura. Este disco fue el retorno del Rey a sus dominios tras los años vergonzantes de las pelis de Hollywood.

El hombre en el castillo (Philip K. Dick, 1962)
Bolaño: «Uno de los autores más plagiados del siglo XX». Philip K. Dick (1928-1982) revolucionó la narrativa con esta novela sobre la Historia alterada: el triunfo del Eje en la II GuerraMundial. «Una especie de Kafka pasado por el ácido lisérgico y por la rabia », escribió Bolaño, en cuya obra late el registro cómico-político de Dick.

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Escribe sobre las viudas las abandonadas, las viejas, las inválidas, las locas. Detrás de las Grandes Guerras y los Grandes Negocios que conmueven al mundo están ellas. Viviendo al día, pidiendo dinero prestado, estudiando las pequeñas manchas rojas de nuestras ciudades, de nuestros deportes, de nuestras canciones.

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Bolaño era un chatarrero (“me hubiera gustado ser detective de homicidios, mucho más que escritor”, “he ejercido casi todos los oficios del mundo, salvo los tres o cuatro que alguien con cierto decoro se negará siempre a ejercer”). Sus libros están habitados por gente que folla, gente que se deja follar, poblados residenciales donde viven tipos jóvenes que hablan mucho y pasean mucho bajo la pesadilla nocturna soñando con follar, cámaras de tortura en viviendas de clase media-alta en cuyos salones beben whisky y hablan de la patria mientras la intensidad de la luz flojea con cada golpe de picana en el sótano, ciudades que se prolongan en la mente para fundirse en una sola ciudad, siempre la misma, una ciudad inhabitable donde Paracelso es un yonqui terminal y Borges sostiene una jeringa en la mano trillada que antes había sostenido una rosa, conversaciones con putas tristes que te desabrochan el cinturón con la mecánica destreza de una ninfa, nubes de marihuana, aviadores nazis, poetas nazis, poetas angélicos que follan y venden marihuana, las sombras de Borges para volver necesariamente a Borges, el gran dealer, de Dick, intoxicado de cocaína e imaginando enfermedades, del Vargas Llosa de Los cachorros (“ejercicio magistral de velocidad y musicalidad”), de Nicanor Parra (“a propósito de la escopeta: les recuerdo que el alma es inmortal”), carreteras interminables, el prestigio de la desmesura, mirar y escuchar la guerra, la snuff movie cuyo story board dibujamos en la más consciente de nuestras vigilias, el no man’s land que es el mundo ancho y ajeno, los puntos cardinales que son tres: el norte y el sur, hippies nacidos cuando al sueño solamente pervivía gracias un triple bypass, académicos ridículos en simposios ridículos para académicos ridículos que van al simposio a follar, gente que camina con zombis alemanes, chilenos, argentinos, mexicanos, gente que camina con la Bestia Zombi Octavio Paz, coches detenidos que parecen circular a cien kilómetros por hora, coches rápidos que parecen empotrados entre las almas muertas de las trabajadoras adolescentes con pantalones de lycra de las maquiladoras, aeropuertos caóticos y dulces estaciones de autobuses con machitos juzgando la perfección de las faldas de las niñas…

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Somos expertos en conseguir becas, becas que a veces nos conceden más por lástima que por merecimientos (…) Nuestro discurso de la riqueza es lo más parecido a un libro barato de autoayuda. Nuestro discurso de la pobreza es un discurso imaginario donde sólo resuenan voces de locos que hablan de resentimiento y frustración (…) Somos racistas en el sentido más puro: es decir somos racistas porque estamos muertos de miedo.

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Bolaño nació, como yo, un día 28, en abril de 1953, el año, como se encargó de señalar, en que murieron Stalin y Dylan Thomas, menos de dos años antes que yo. Ahora tendría 60 años, una cifra tan definitiva, fragmentaria y triste como un bolero o un vaso de tequila proletario. A veces he soñado que Bolaño podría ser mi hermano José Antonio, muerto a los pocos días del parto, en 1953. Ni siquiera sé dónde está enterrado.

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4 Responses to Mi hermano muerto Roberto Bolaño

  1. […] Mi hermano muerto Roberto Bolaño […]

  2. […] que me soñaba ajeno a las memeces del exilio porque creía, con Huidobro y Bolaño, la verdad geográfica […]

  3. […] Ballard, Bolaño, Borroughs, Stephen King y Philip K. Dick salí de farra por última vez, condenados a ver en alta […]

  4. […] recibí golpes emocionales con intensidad de seísmos: por ejemplo y sobre todo, las muertes de Roberto Bolaño y David Foster Wallace, a quienes, con una licencia de seguro exagerada, consideraba como los […]

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