No encontré las calles asfaltados con oro, ni me di de bruces con el fantasma pelma y borracho de Kerouac en el cuarto de baño del bar Vesubio, pero hay tiendas baratas plagadas de cámaras Polaroid. Tengo tantas que no me atrevo a dar un número. Algunas funcionan y otras esperan que las reconvierta. No las utilizo tanto como debiera, pero así son las cosas: nunca haces lo que debes, tan sólo lo que puedes, lo que te consienten la adversidad, el mareo, la ceguera…