En otro tiempo, cuando me creía con capacidad suficiente para administrar las incongruentes normas del lenguaje, escribí un texto sobre el imaginario hotel al que todos tenemos derecho.
Han transcurrido los años suficientes como para que no recuerde la fecha.
El olvido de la cronología de mi vida no me quita el sueño, pero a veces me pasmo ante las extensas praderas blancas de mi memoria.
Años enteros, rostros, maneras, gestos necesarios, objetos todavía más acuciantes, pretensiones, filias y fobias…, todo ese barbecho ha sufrido el incendio.
Puedo precisar algunos detalles sobre el texto del que quiero hablar: corresponde a un tiempo en el que escribía a diario, sin otro motivo que tantear en el sentido último de cada palabra, el que se disfraza de saltimbanqui y se escurre.
No sé si avanzaba en tamaño propósito.
Me preguntaba, y no he dejado de hacerlo, quién soy frente a los poetas-labradores: Celan, Trakl, Pavese, Pessoa… Nadie, un arrendajo en el quicio de una ventana, una sombra proyectada por el sol poniente.
Por piedad y cierto orgullo, similar, supongo, al que sienten los padres por los hijos descarriados con cabeza de viento, conservo casi todos aquellos textos.
Uno de ellos, como dije, reclamaba el legítimo derecho a un hotel:
olvida las flores, pero trae contigo la Biblia de mamá
y todas tus monedas de plata
al hotel eléctricotengo la reserva, tengo la cama de arena y te quiero muda
ahora desde ya
en el hotel eléctricobuscando tesoros, saqueando fondos marinos, te secaré
con toallas negras
en el hotel eléctricoperdamos la cabeza, hagamos el idiota, un curso
de yoga tántrico
en el hotel eléctricomasca palillos, cowgirl, come cable pelado
come y zumba sin saldo
en el hotel eléctricodescubriendo cartílagos, suspira, voy a grabar esto, prevenida
suspira, grabando
en el hotel eléctricocantemos motown, cantemos stax, yo, marvin gaye, inner city blues
tú, etta james
en el hotel eléctricobesas tan lento, aprende, el tiempo caduca, salamandra
¿una roja? ¿una blanca?
en el hotel eléctricocuenta: cinco, cuatro, tres, dos
grabandonuestras vacaciones perdidas
en el hotel eléctrico
Años más tarde mostré el poema (siempre dudo al usar el término, como si no fuese yo merecedor de tamaña condecoración) a Mercè Rodríguez, que hace fotos con las manos ligeras de una segadora.
De ahí nació la idea de reunir sus fotos con mis palabras.
Nunca celebramos esas nupcias. A veces retrasas lo que te conviene y ni siquiera puedes explicar por qué.
Con una singular insistencia, las fotos de Mercè rondan el ideario sentimental (y el ambiente algo enmohecido) de los hoteles, las pensiones, los albergues para quienes no tienen cama propia. Acaba de hacer públicas las dos que ennoblecen este post.
Terminen o no por encontrarse las fotos de una y las palabras de otro, es un honor benigno saber que el voltaje sigue encendido, a la espera de una subida de tensión.
Algún día habrá un Hotel Eléctrico entre la nómina de los escasos refugios a los que tenemos acceso.
A veces sueño con vivir en hoteles donde el tiempo se detiene y parece que cualquier cosa es posible.
Muy curioso ver las fotos a la luz de tu poema y viceversa.
Todos vivimos con un hotel engarzado. A veces, es un ideal. Otras, una proyección. Casi siempre, una Arcadia contra la vida (o donde vivir).