Más fotos que me envía mi retratista y archivero de los años setenta, Jorge Dragón.
Creo que dos de ellas, las sobreimpuestas, son accidentes de laboratorio: aparezco en ambas, con la camisa del pijama de franela a rayas que mis padres me compraron contra el frío de Madrid —no hacía frío, estábamos en llamas—, junto con Jorge, ¿Ana? y Juan José Abad, el de los bigotes, un tipo al que admirábamos porque era mayor y escribía de música, pese a que fuimos nosotros quienes le hicimos escuchar el bootleg de Dylan-Judas.
En una de ellas se adivina la carpeta de Desire (Dylan, 1976) lo que puede ayudar a situar la fecha. El disco, que nos había prestado Jesús Ordovás antes de que lo editasen en España, lo pusimos en una de las desastrosas sesiones del Club de Música de la facultad.
Me gustaría recocerme en el tipo de espaldas que escribe, pero no estoy seguro, quizá sea uno de mis compañeros de comuna (caja común, no pasamos de ahí en la práxis). Gran parte de los libros sí son míos —no el Kama Sutra, lo juro, de los pocos que logro adivinar junto con El medio es el masaje— y esa era una de las mesas de las noches blancas de anfetaminas, King Crimson, Amon Düül y Can.
Éramos diablos.
