Al ver mis dedos troquelados, Marina pregunta:
— ¿Te comes las uñas?
— Sí, desde que era niño.
— Yo también me las comía.
— ¿Cómo lo dejaste?
— Me daba mucha vergüenza. Yo decía que me las habían cortado mal, pero me daba mucha vergüenza.
— A mí también.