H me ha regalado una Holga de 135 mm apenas usada que encontró en una thrift store —es una experta en tesoros: 5 dólares—. Es una edición limitada de colores extremos que llaman la atención de los niños y algunos adultos («love your camera, it’s colourful»).
Ayer la estrené en la calle con un rollo de Arista Premium 400 que revelé de noche en casa, antes de ponerme a preparar y hornear un pastel de manzana, otro. Una cocina y la otra.
Las fotos no son buenas (la calle Mission sometida al gris y dos dulces kafkettes: atraigo a extraviados, vienen a mi encuentro). Cada cámara reclama un precio: has de acariciarla lo suficiente para que te devuelva las caricias.
Además, el escáner de negativos parece aquejado por una enfermedad que quizá sea un aviso de muerte.
Llueve y hace frío. Tengo demasiado trabajo pendiente y estoy muy cansado. Alguien me ha apedreado.
Hablas de cómo salieron las fotos, pero no del pastel… ¿Tan vergonzoso fue o es que está tan bueno que no quieres compartirlo?
¡Es que aún no lo he probado! Esta tarde lo cataré y te digo.