Hablábamos.
Era casi palpalble la electricidad estática de la tormenta que se acercaba.
Todo Kalahari requiere una conversación.
— ¿Quién es para ti la mujer más importante de la historia?, preguntó el ingeniero.
Apenas lo dudé.
— Emily Dickinson.
— ¿Quién es esa?
Era ingeniero. Se acercaba una tormenta.
Era ingeniero.
Estas fotos son un miserable intento de respuesta a la pregunta: intenté, de seguro en vano, que cada una retuviese algo de Emily.
El poema, sin titulo, como los más de dos mil que escribió (no para los ingenieros), es mejor.
No era la Muerte, pues yo estaba de pie
Y todos los muertos están acostados,
No era de noche, pues todas las campanas
Agitaban sus badajos a mediodía.No había helada, pues en mi piel
Sentí sirocos reptar,
Ni había fuego, pues mis pies de mármol
Podían helar un santuario.Y, sin embargo, se parecían a todas
Las figuras que yo había visto
Ordenadas para un entierro
Que rememoraba como el mío.Como si mi vida fuera recortada
Y calzada en un marco
Y no pudiera respirar sin una llave
Y era como si fuera medianocheCuando todo lo que late se detiene
Y el espacio mira a su alrededor
La espeluznante helada, primer otoño que llora,
Repele la apaleada tierra.Pero todo como el caos,
Interminable, insolente,
Sin esperanza, sin mástil
Ni siquiera un informe de la tierra
Para justificar la desesperación.