El hombre que parece volver a la vida como un deportado, que regresa tras un desvanecimiento preguntándose por qué esta locura de empresa colonial.
El hombre que renace con un detector de metales cargado a la espalda, sin saber por qué le reclaman para ascender hasta las fuentes del río.
El hombre que se pregunta quién es la fata morgana de esta ciudad prohibida, dónde está el sumidero.
El hombre con mirada de cromo y ojos de tinta que guía el trineo, cochero sordomundo, ajeno a la canción de cascabeles de la yegua, ajeno a la danza de cabellos y cordialidad en la pantalla ciega del paisaje urbano, doméstico, inalcanzable.