Los hit parade literarios de los EE UU, desde The New York Times hasta The Village Voice, celebran unánimemente 2666, la novela póstuma de Roberto Bolaño, como la mejor obra de ficción del año.
Cuando murió Roberto Bolaño yo tenía un blog casi invisible. Escribí: “murió Roberto Bolaño, a quien sólo un transplante podía salvar la vida. Escritor de los de verdad -ni una sola ínfula, ni un sólo esnobismo, ni una sola colaboración como tertuliano en la radio- fue lavaplatos, guardia nocturno, camarero, casi indigente, padre… Escribía como respirando, entre cigarrillos, rock and roll del bueno e insomnio, en el pueblito de la Costa Brava que le había ofrecido patria después de tan dilatada extranjería. En los últimos tiempos se desmayaba con frecuencia en las plazas públicas: ‘es muy poético’, decía, siempre dispuesto a reír al payaso en uno mismo. Recuerdo el golpe de Los detectives salvajes, aquella novela de búsqueda y locura de personajes heridos por la poesía. Yo también me hice entonces bolañista y bolanista (Arturo Belano y Ulises Lima, inolvidables protagonistas marihuaneros)… Una mierda, Roberto, la vida es una mierda, muy poética, seguramente, pero muy mierda”.
Ahora que ya no tengo blog –y la vida sigue siendo muy mierda– sigo a vueltas con Bolaño (Santiago de Chile, 1953 – Barcelona, 2003), que hubiese cumplido este año 55, dos más que yo. Acaso sea eso, la fisiología de las generaciones, las agendas que se pueblan de muertos, el sueño de un pueblo frente al mar para consolarse contra la inevitable extranjería de los transterrados, los mareos en las plazas públicas… No sé qué es, pero sigo siendo bolañista, bolanista y, por méritos propios, bastante boludo.
El yanqui dice yonqui
¿Qué demoniospasa con los gringos? Eligen a Sam Cooke como presidente, sientan a los sablistas en los banquillos de los tribunales y descubren que maldita falta que hacen los posmodernos si tenemos a Bolaño. Nueve de cada diez hit parades literarios anuales (desde el New York Times, que es para los escritores lo que el Forbes para los sablistas, hasta el Village Voice, que antes era un fanzine hippie y ahora un vademeco de servicios sexuales) colocan la nóvela post-mortem 2666, editada en noviembre, a la cabeza de las listas de lo mejor de 2008. Tan ofuscados están que han relacionado la muerte del escritor chileno con una falsa dependencia de la heroína. Bolaño se troncharía con la falacia cacofónica: “El yanqui me llama yonqui”.
Murió, justo entre Compay Segundo y Celia Cruz en el timing bolañista de las defunciones, soñando con Kafka viendo arder el mundo mientras los Titanes luchaban en el cielo de Nueva York. Había publicado siete novelas (la octava, la imponente 2666, fue editada póstumamente) y sufría una enfermedad hepática que tiene un nombre chingadísimo desde un punto de vista gramatical: colangitis esclerosante primaria. Una semana antes de la muerte, publicaron su última entrevista (¡en la edición mexicana del Playboy!, ¿dónde más?). Decía mantener la esperanza gracias “a los niños que follan como niños” y los “guerreros que combaten como valientes”.
Dejó escrito 2666 como forma de asegurar un ingreso extra para sus dos hijos: cuatro novelas que debían ser editadas por separado para que las regalías llegasen de forma gradual. Como forma de negar la muerte, apareció en una sola pieza. En los EE UU salió a la venta en noviembre. En el Reino Unido, donde ya la están esperando, saldrá en unos meses. Preparan también unas cuantas películas basadas en su obra valiente, pero no esperen a la pantalla, vayan a las librerías y, si tienen el bolsillo enfermo, sean ladrones por una vez. A Bolaño no le importará. “Lo bueno de robar libros (y no cajas fuertes) es que uno puede examinar con detenimiento su contenido antes de perpretar el delito”, decía.
La novela con la que los yanquis se han convertido, como Belano y Lima, en real visceralistas veloces y tiernos, es, como otras de Bolaño, un libro insensato, perseguidor de la totalidad como deben ser los buenos libros, porque cuando te sientas y escribes abres las fauces del tigre y eliges el perfume de su feroz interior, que contiene todos los perfumes sintetizados en un hedor… El escritor ha de ser necesariamente un yonqui (debe escribir “como si al día siguiente fuera a ser electrocutado”, recomendaba Bolaño), pero los yanquis se equivocan de sustancia. Es algo más peligroso que el jaco, más arriesgado: purita y gloriosa mierda de vida.
[Esta pieza fue publicada por el 18 de diciembre de 2008 por el diario 20 minutos. Aquí la puedes leer completa en PDF]
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