la nada decorosa muerte automovilística quizá no sea
el símbolo provocador y sexual que tanto excitaba
al aplaudido JG Ballard mientras el viejo verde inglés conjeturaba
sobre el bálsamo oculto en la ropa interior de Diana de Gales
tras el crash final del sapo contra el tabique
en un amasijo de hierros, repiten las noticias (de por sí amasijos)
para acercarnos a la física del impacto, las vísceras reventadas
y la manada de perros, bomberos, paramédicos y guardias
que cuadriculan el asfalto y redactan despachos en sus laptops
en el tramo de concentración de accidentes
casi mitológico, el espacio dorado de la medicina
sólo es un epílogo para la donación, consentida por la familia
de los riñones, el hígado y los ojos de la víctima
también la piel, si no ha resultado cauterizada
será el traje nuevo de una emperatriz impúber
en la sala de urgencias, de una transparencia celeste
destacan carteles que anuncian las bondades hospitalarias
la carta de derechos y deberes, el portal del paciente
la línea asistencial 24 horas, protégete y protege a los demás
sábanas metalizadas acarician a los politraumatizados
nada por hacer salvo pelear contra un peso dañino y mental
estrangulados en el territorio equívoco del dolor
siempre a un paso de la miserable matemática del collar de perlas
en la botella de solución glucosalina conectada al del tubo capilar
que desaparece en la cánula intravenosa del brazo aplastado del niño
cirugía infantil, así llaman a estos pasillos abrazados por la niebla exterior
en una de las paredes, mal pegados con cinta adhesiva, tres dibujos
(«un tractor», «un payaso», «un ciervo»)
vuelan como el cabello de un amor de Secundaria
en el palpitar demoníaco de la Unidad de Cuidados Intensivos
el tic tic tic del que dependemos, la mirada perdida en los dígitos
amarrándonos a las cifras sin mover los labios
mientras el médico, erótico y suave, atraviesa la sala
y hace sonar los dedos al ritmo de un fox
la historia de los contusionados brilla en las pantallas de sodio
pero ¿explican los ojos taciturnos de la niña?
¿incluyen el llanto silencioso del cuerpo inmovilizado por los tubos?
¿saben las pantallas diagnosticar las lágrimas, los juegos perdidos
y el amor que no vendrá a ofrecerte el chicle de la verdad?
la madrugada comenzó hace un siglo
silencio, ni siquiera sueño, ni siquiera agotamiento
sólo silencio y, en contrapunto, las lágrimas
el rumor de tormenta de las lágrimas
golpeando los altares de la falsa ciencia de la salud
ningún cargamento de bondad atracando en el muelle arruinado
Creo que nunca he querido aprender a manejar porque en le fondo me da miedo.
Yo conduzco (manejo, podría decir si acudo a mi pasado caribeño) desde los 14. Me gusta hacerlo, me siento cómodo y tranquilo. Temo a los accidentes y al dolor.
Qué cierto es lo que dices, con esa mezcla fría de detalles de hospital y suave lirismo, perfecta.
Hace 3 años tuve un accidente de coche, nada serio, me dieron por detrás y la parte de atrás quedó destrozada. El shock es tremendo, pero el cuerpo sabio, porque se desmadeja para no romperse por el impacto. Luego se desmadeja por dentro y 2 horas después se te saltan las lágrimas de pura fragilidad.
Hace poco leí ‘Catarsis’, de Andrzej Szczeklik, un médico polaco. Es una especie de tratado de medicina lírico, delicioso y lleno de sabiduría y, sobre todo, bondad. Yo me pondría en sus manos porque sé que estaría más pendiente de mis ojos que de mi cardiograma.
David, el texto parte de dos experiencias personales que he mezclado:
1. La grabación de un documental para TVE sobre accidentes de coches. Lo dirigí hace unos ocho años y fue una de las experiencias profesionales más traumáticas de mi vida.
2. La estancia hospitalaria de uno de mis hijos durante casi un mes, con cinco días de cuidados intensivos. Una peritonitis aguda. Estuve allí todo el tiempo.
Ambas -la segunda, desde luego, más dolorosa- me dejaron cicatrices.
Algo así imaginaba, Jose…