En el interior de este pequeño local compro tabaco. Lo regenta un matrimonio chino, gente simpática («hello, sir!», saluda él; «have a good day», se despide ella) que lleva la contraria al estilo de vida de estricto confucianismo de la mayoría de los vecinos del barrio: sonríen, cierrran los domingos, se van de vacaciones, me pidieron disculpas cuando tuvieron que subir el precio del Camel («I can’t make you that price anymore, you better look for another place»)…
A él le gusta la fotografía. Hace retratos de carné y pasaporte con una cámara digital y un forillo. A veces hablamos de esto y aquello.
La niña seria a través de la cristalera me gusta como todos los niños serios. Siempre fui un niño serio.