Los melancólicos, los que han olido las fauces del lobo… Nos gustan: temblamos, acomodados en el futón, ante las pesadillas de laúdano de Poe; suspiramos, al abrigo de la tarifa nocturna, mientras los dedos tenebrosos de Gould reinventan a Bach.
Quizá porque somos conscientes de la propia vulgaridad, pagamos por los genios locos que tan bien lucen en el expositor y así, casi sin querer, como mansos consumidores, trivilizamos la enfermedad, hacemos del dolor un valor añadido.
Mientras Kurt Cobain es beatificado y San Sabina gana un disco de oro dedicado a la depresión, los enfermos mentales sin nombre, las personas de almas decorativas, los desazonados sin cabida en el show de Buenafuente, los ahogados en negra saliva penan de consulta en consulta, mal atendidos, reducidos a indignantes titulares cada vez que de ellos asoman el dragón y el cuchillo que no queremos ver.
Pero ahí están, compadres, galopando como una manada de esqueletos: los locos, los tocados por la incandescencia de Saturno. En fin, cualquiera de nosotros.
[Esta columna de opinión fue publicada el 13 de octubre de 2005 en el diario 20 minutos. Estaba asociada a una pieza informativa sobre la falta de asistencia sanitaria pública en Madrid a 120.000 enfermos mentales de pronóstico grave. Ambas piezas están aquí en PDF]