Acaso algunos de ustedes, viajeros, hayan apreciado lo que sucede con el desfile de mis letras de un tiempo a esta parte: están borrachas, no obedecen las propuestas comunes, son especímenes del umbral de una taxidermia semántica.
Quiero escribir cielo y escribo cileo, quiero escribir escribo, como me acaba de suceder, y escribo escrbo…
La dislexia motora ha ido en aumento y no hay ya ni un sólo texto que no contenga (acabo de escribir contega, acabo de escribir escibir) varias palabras sometidas a convulsión, descompuestas, idiotas…
Pese a las lecturas cadenciosas posteriores, siempre permanece algún quebranto que, al parecer, ni siquiero advierto. Es otra persona quien lo percibe y, tan agradecido como humillado por mi torpeza, debo regresar al editor para introducir el cambio y reacomodar la barbaridad.
Sumado al agotamiento de mi glosario —sólo resta la terminología de agencia de prensa—, sumado al dolor en los dedos, sumado al abandono de todo afan literario (perdón por la prepotencia, acabo de escribir prepotejcia), sumado a la necesaria prolongación de la cada vez más lenta labor de redacción…, este hotel es un lío.