"Tell Mama" - Etta James, 1968
Etta James era demasiado cruda para el bailecito televisivo presidencial de Barack y Michelle. Prefirieron que una de sus grandes canciones, At Last, la cantase la tostadita, gandul e inofensiva Beyoncé Knowles.
Después de todo, aquello era puro variety, un show en busca del suspiro universal por la hermosa prestancia de los nuevos reyes del imperio, y Beyoncé ya había interpretado a James en la película Cadillac Records, que también pecaba de sacarinizar y manipular la verdadera historia, rebosante de sexo, heroína, celos y picardía, de Chess Records, la discográfica de Chicago que grabó blues eléctrico para público blanco.
A Etta James le pareció fatal que fuese el culito de Beyoncé el encargado de salir en la gala mientras Presidente y Primera Dama jugaban a pareja de soft comedy. Lo dijo en público, en uno de sus últimos conciertos. Uno de sus hijos se disculpó. Arguyó que su madre había hablado bajo los efectos indeseados de medicamentos.
Etta se está muriendo. Desde hace más de un año se había anunciado que padecía Alzheimer. Ayer se reveló que también tiene leucemia. No es capaz de valerse por sí misma. Necesita ayuda para comer.
Su último marido y sus hijos están dirimiendo en los tribunales, antes de tiempo y con grosería, a quién le corresponde administrar el patrimonio económico de la enferma.
La mejor cantante de su generación, la más caliente, la más perturbada por el celo adosado al rhythm and blues, Etta James, hija de una madre soltera de 14 años, hizo coros para Johnny Otis, Otis Redding, Johnny Guitar Watson y Chuck Berry. Todos querían su voz, garantía de poder. A su lado, Janis Joplin (la Beyoncé de su tiempo) era pura mermelada.
Ahora se está muriendo. Es más que probable que la papanatas Beyoncé cante en su funeral.
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