En momentos de bisagras oxidadas y dudas más pesadas que las puertas del Infierno, siempre regreso a los Diarios de Franz Kafka, en esa edición de pertinente papel biblia y más de un millar de páginas que contiene legajos, cuadernos de viaje y anotaciones insomnes circulares y absolutas.
Consumo estas noches, otra vez, las neurosis de K, el cotidiano fustigador de sí mismo: K yendo al burdel con los amigos y escribiendo con ternura «en el b.», con una sola letra inicial, como temiendo la curiosidad ajena; K. fustigando el insomnio y los sueños del insomnio; K. en los salones de teatro yiddish; K. en la correduría de accidentes laborales, comparando las arrugas en la frente del jefe con las arrugas de un billete; K. en el nocturno infierno del domicilio familiar; K. repensando los agotadores sueños, los cuellos de las señoritas, la estupidez de los amigos…
Leo:
No puedo comprenderlo, ni siquiera creerlo. Solo de vez en cuando vivo dentro de una palabrita, en cuya matafonía (arriba, stöst, ‘empuje’), pierdo, por ejemplo, por un instante mi inútil cabeza. La primera y la última letra son el final de mi sentimiento, que es parecido al de un pez.
Mi hermano K., «intranquilo y venenoso».
[…] Cortometraje del polaco Piotr Dumala (1956), inventor de la “animación destructiva”, basada en los diarios de Franz Kafka. […]