Covid-19 y un castaño

20/03/2020

El castaño del patio presiente la primavera. Acabo de retratar los brotes que engalanan el terminal de cada rama y anuncian el explosivo verdor del cercano porvenir. El árbol, como he contado otras veces, es el orgullo y estandarte del espacio entre nuestro edificio y el de enfrente, ambos testigos de la II Guerra Mundial y del pasado agotador de Berlín, una ciudad que en ocasiones, sobre todo en lo que a civismo y convivencia concierne, sigue pareciendo un escenario bélico.

A la derecha, fuera del marco de la foto, se extiende uno de los bellos cementerios de Berlín, que siempre supo, ya que no ha desarrollado modales de buen carácter, enterrar a sus muertos.

La epidemia de covid-19 nos envía a casa con la sencillez morosa de una inhumación. Todo se ha volteado en estos meses: los ceremoniales domésticos, a veces interrumpidos por el ataque de tristeza; el trabajo, del todo y para siempre perdido; la simpleza de bajar a tomar un café, ahora contingencia insegura por mi condición de candidato a la desgracia: insuficiencia respiratoria, hipertensión y 65; la cabeza venteada por la disolución; la angustia golpeando las paredes encefálicas; el pecho con un contrapeso de hormigón clavado en el mero centro…

Ni siquiera alcanza el reparador silencio interior provocado por la música o la literatura. Ni siquiera sabes cómo tejer el sudario para escapar.

Acabo de hablar, como cada día, con mi madre. La residencia (pública y cada vez peor atendida) está atrancada a visitas externas.

Hablar de España estos días te empapa de tragedia. «Moriremos los que ya hemos acabado con la vida», dice mi madre. La suciedad telefónica, ese crepitar de órgano enfermo, tiñe la frase de epitafio.

«Es una gripe y afecta solo a las personas viejas y enfermas». Sancionó un joven conocido en los primeros días del virus, cuando sólo China parecía territorio de muerte. De pronto, con la vergüenza que los mileniales sienten cuando son incorrectos y lo saben, atisbó mis ojos de descrédito y mitigó la grosería con alguna fórmula semántica que ya no recuerdo. Hace unos días llamó para saber cómo nos va. «Esto pasará y somos muchos», dijo, malthusiano y todavía convencido de que no le va a tocar la lotería letal por razones de edad.

¿Qué primavera nos espera? No, sin duda, la que disfrutará el castaño de mi patio, no demasiado diferente de la pasada o la anterior.

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