Jugar al fútbol con una calavera

16/01/2011

Emile Cioran (1911-1995)Atravesé varias veces, siempre de paso, con el despiste de quien va de camino, la en apariencia tranquila ciudad transilvana de Sibiu. No sabía hasta hoy que había sido la residencia de un niño triste: Émile Cioran.

Quizá ya entonces maduraba en el muchacho la idea de que la vida «es un subterfugio de la locura» y su devenir un «camino abierto por la propia sangre».

Quizá imaginar que el niño era un vencido es imaginar demasiado y su mundo era simple: manzanas, libros de Diderot y Tagore, caminatas, visitas al cementerio en busca de calaveras para jugar con ellas al fútbol…

Muchas putas después («pasé toda mi adolescencia entre bibliotecas y burdeles»), en 1937, le becan para que siga estudiando en París.

La Universidad de Bucarest, donde conoció a Mircea Eliade y Eugène Ionesco, y después la de Berlín, donde terminó de enamorarse de otras prostituas de alcurnia: Immanuel Kant, Arthur Schopenhauer y la matrona máxima, Friedrich Nietzsche, querían sacarse de encima a aquel tipo que defendía el suicidio como único paroxismo posible.

«Soy uno de esos que, por millones, se arrastran sobre la superficie de la tierra. Uno más solamente. Esa banalidad justifica cualquier conclusión, cualquier conducta: libertinaje, castidad, suicidio, trabajo, crimen, pereza, rebeldía. Cada cual tiene razón en hacer lo que hace», escribió en su primer libro, En las cimas de la desesperación (1934).

En París, como era de prever, no pisó la Sorbona. Empleó el dinero de la beca en recorrer Francia en bicicleta. En cada ciudad universitaria pedía que le invitasen a comer en el comedor de las facultades de Filosofía.

Padecía de insomnio, no dormía ni un minuto. Caminaba o pedaleaba durante lasnoches. Se sentía «frívolo y disperso, aficionado en todos los campos», seguro de que su único mérito es conocer a fondo «el inconveniente de haber nacido».

Una noche, ante un matadero, comprueba como las vacas se niegan a avanzar hacia la cuchillada final y se siente como una de ellas:  «Esta escena es la misma que cuando, rechazado por el sueño, no tengo fuerzas para afrontar el suplicio cotidiano del tiempo».

Un amanecr, al borde del mar, le tortura el griterío de una bandada de gaviotas. Las espanta a pedradas. «No necesitaba a nadie, pero esos chillidos estridentes y sobrenaturales me hicieron entender que sólo lo siniestro podía apaciguarme».

Quiere viajar a España (junto con Rusia, su país hermano, un «pueblo derrotado»), pero la Guerra Civil le parece demasiado absurda.

Escribe sin pausa. El insomnio es un buen aliado. Los libros son muchos y demoledores: El ocaso del pensamiento (1940), Breviario de podredumbre (1949), Silogismos de la amargura (1952), La tentación de existir (1956), El aciago demiurgo (1969)…

Escucha flamenco, lee a Borges, se ve con Samuel Beckett y van juntos de putas. Algunos intelectuales le admiran (Susan Sontag, Saint-John Perse), otros, la mayoría, le consideran un «filósofo de taberna». A él le importan poco unas u otras consideraciones:

Escribe frases larvarias y poderosas que invitan a la renuncia absoluta, al suicidio. Su obra, labrada a tijeretazos, es un breviario de aforismos para los vencidos:

  • Cada ser es un himno destruido.
  • Concebir un pensamiento, un solo y único pensamiento, pero que hiciese pedazos el universo.
  • En este gran dormitorio, como llama un texto taoísta al universo, la pesadilla es la única forma de lucidez.
  • Soy un simple accidente; ¿Por qué tomármelo todo tan en serio?
  • El problema es que nunca he llorado, pues mis lágrimas se han transformado en pensamientos tan amargos como ellas.
  • Me gustaría ser libre, inimaginablemente libre. Libre como un ser abortado.
  • Deicida es el insulto más halagador que se le puede dirigir a un Individuo o a un pueblo.
  • Cuanto más se detesta a los hombres, más maduro se está para Dios, para un diálogo con nadie.
  • ¿Es imaginable un ciudadano que no posea un alma de asesino?
  • Amar al prójimo es algo inconcebible. ¿Acaso se le pide a un virus que ame a otro virus?
  • El hecho de que la vida no tenga ningún sentido es una razón para vivir, la única en realidad.
  • El hombre se halla en algún lugar entre el ser y el no-ser, entre dos ficciones.
  • Habiendo vivido día tras día en compañía del Suicidio, sería injusto e ingrato que lo denigrara ahora. ¿Existe algo más sano, más natural ? Lo que no lo es, es el apetito rabioso de existir, tara grave, tara por excelencia, mi tara…
  • Lo maravilloso de esta vida es que cada día nos aporta una nueva razón de desaparecer

Leer a Cioran es vacunarse contra la multinacional del bodrio, contra las almas vestidas de Armani, contra el orgullo de ser humanista.

Este año, en abril, mes de nacientes primaveras y podridas ferias de arte, se cumplen cien años del nacimiento del niño que jugaba al fútbol con calaveras. Compartan su insomio.

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5 Responses to Jugar al fútbol con una calavera

  1. […] en mayo de 1923, en la Transilvania entonces húngara (como Émile Cioran, del que ayer escribí aquí), su familia fue masacrada en los campos de la muerte nazis (su padre y su hermano murieron en 1945 […]

  2. H on 17/01/2011 at 22:22

    Bien sabes que estoy muy de acuerdo (más de lo que me gustaría) con la frase de Cioran que habla de amar al prójimo. Me siento un poco virus…

    ¿Puedo ser tu enfermedad? :)

    • j.a.g. on 17/01/2011 at 22:28

      Ya estoy enfermo de ti. Ahora busco la curación.

  3. H on 17/01/2011 at 22:30

    Ya veremos si te dejo!

  4. […] Emile Cioran, el “filósofo aullador”, como el mismo gustaba de llamarse, nació hace un siglo, el 8 […]

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