Pagaría por ser voyeur de un encuentro a tres entre A.M. Homes, Paul Auster y Haruki Murakami.
Pese a que conozco el resultado (dos hombres llorando por mamá y una hembra dominante orinando sobre sus bocas abiertas), me divertirían los detalles más escabrosos y el seguro ridículo del par de literati à la mode (es decir, light) frente a una mujer de verdad, la Señora Perversión.
Cuando las cosas me van mal, abro un libro de A.M. Homes y leo. Aunque los he frecuentado demasiado (porque las cosas me van mal con demasiada frecuencia), siguen siendo un estímulo para que las glándulas vuelvan a regir mi vida.
Anoche releí cuatro cuentos de Cosas que debes saber. Entre ellos, Georgica, donde una mujer merodea los spots de intercambio sexual de las playas en busca de condones con semen fresco para quedarse embarazada.
A.M. Homes -cuya obra está editada en castellano por Anagrama– no se anda por las ramas: es angulosa, de poética sucia, algo nabokoviana en la solidez del punto de vista y, siempre, muy divertida.
Otorga voz a niños salvajes, suicidas cobardes, pederastas y víctimas de pederastas (acérquense con cuidado a El fin de Alice, duele), mujeres destripadas por el cáncer, ancianas chinas con un microchip en la espalda para que no perderse en Occidente, maridos que odian a esposas que odian a maridos (y se odian sin correción televisiva, con la grosería primaria y bruta implícita en todo odio), casas que se deslizan por un agujero…
Algún crítrico ha arguido que A.M. Homes es oportunista, justifica poco a sus personajes y huye de los exámenes de conciencia.
Quizá tenga razón. No hay conciencia cuando no quieres vivir ni un minuto más.