Deja de regarlarme libros con la palabra Muerte en la cubierta.
Deja que escupa sobre el vientre de la madre tierra.
Deja un resquicio para las bocanadas.
Deja el lastre, olvídalo. Sólo te puedes mover después de levantarte.
Deja que me atragante con mis entrañas.
Deja que viva como un refugiado, en el hielo para dejar de pudrirme.
Deja que las mañanas sean frías como bolsillos, que el pan sea una piedra, que tu piel sea la playa.
Deja que busque un barranco sin nombre, un simple barranco, un machetazo, una costura.
Deja que pierda los cordones de las botas.
Deja que cargue con naranjas, onzas de chocolate, un par de guantes…
Deja que recaiga, que me queme. Alimenta el fuego.