¿Foto de autor?, ¿foto arte?, ¿paisajismo?… Ninguna de las tres posibilidades es correcta pero, al mismo tiempo, las tres son aplicables a la bellísima imagen del vehículo semihundido en el lago tras un accidente de circulación.
La foto es una evidencia policial y el autor acudió al lugar del siniestro vestido con el uniforme reglamentario de la policía del cantón de Nidwalden, situado en el centro geográfico de Suiza.
La de Arnold Odermatt es una de las historias ejemplares que deberían incluir en el temario de las escuelas de fotografía. Nunca hizo una foto para demostrar cualidades, nunca se hizo pasar por artista enunciando discutibles poéticas sobre la imagen, nunca se llamó a sí mismo fotógrafo. Al mismo tiempo, porque el destino premia a los simples, era el más cualificado, el más artista y el más fotógrafo.
Hasta 1948, cuando decidió ser policía, Odermatt, nacido en 1925, se ganaba la vida como panadero. No es injusto afirmar que en esa pasión había también una predicción: las manos cegadas de harina, el infierno de los hornos y el olor a paraíso del pan fresco podrían ser definiciones alternativas de la fotografía.
Cuando el joven Odermatt acudió al primer accidente con la Rolleiflex Automat, sus compañeros creyeron que estaba mal de la cabeza y un superior le recomendó que dejase de hacer fotos y se dedicase a levantar un atestado al uso, con prolijos informes y toma de medidas de la escena con cinta métrica: «Los testigos se ponen nerviosos con tu cámara. No debes traerla».
Pero Odermatt era una persona sencilla y terca e insitió en que las fotos eran la mejor forma de evidencia, pese a que la policía de tráfico suiza —es de suponer que tan insular, alpina y extraña como las costumbres del país— no tenía la costumbre de retratar los accidentes.
El agente siguió usando la Rolleiflex para levantar testimonio fotográfico de los vehículos que habían patinado en las traidoras carreteras invernales, los vuelcos inesperados por una distracción, los impactos por alcance motivados por la mala suerte… Sus jefes empezaron a ver el sentido y el uso práctico de las imágenes y dejaron que Odermatt adaptase como cuarto oscuro una letrina en desuso del cuartelillo. Se convirtió en el primer policía-fotógrafo de Suiza.
Siguió en ello durante 52 años, hasta que se jubiló en 1990. Había ascendido a teniente, era jefe de la sección de tráfico y transportes de Nidwalden y se había permitido el lujo de ampliar los motivos de las fotos, que ya no se limitaban a los accidentes de carretera: ahora mostraban también a los agentes posando mientras hacían prácticas de tiro, el trabajo rutinario de comisaria, los buzos dispuestos a entrar en el agua para revisar un automóvil hundido y otras escenas de extraña ternura (un hombre con un cervatillo en el asiento trasero de un coche, una niña con un perro, otros policías jugueteando con la cámara…) que desprenden ese aire naíf de pastel de moras con mucha nata que parece residir en lo más profundo del alma centroeuropea.
Cuando Odermatt colgó el uniforme, nadie fuera de la policía conocía su obra de medio siglo. El fotógrafo, como todo aquel que quiera ser llamado fotógrafo con propiedad, sólo hacía fotos para sí mismo y nunca pensó en repercusión externa, exposiciones, ventas o halagos.
Uno de los hijos de este sorprendente artista encontró miles de fotos y negativos almacenados en cajas en el desván de la casa paterna y abrió la puerta al reconocimiento. La obra de Odermatt ha sido a partir de entonces exhibida en museos, publicada en libros y saludada por la crítica. Odermatt, que tiene 83 años, asiste a la fama con una elegante sobriedad.
Quiero imaginar al agente-fotógrafo en una madrugada castigadora de los años cincuenta en una carretera secundaria en los bosques gélidos de Suiza central. Mientras sus compañeros intentan resolver los misterios que encierran las caligrafías de las chapas aplastadas, Odermatt, con los dedos helados por el contacto con el metal pesado y fiel de la Rolleiflex, piensa en el olor consolador del pan fresco y dispara una foto.
Buenisimo, lo estoy viendo …!