Vivo en un barrio al que vienen de visita muchos gafapasta, esa gentecilla que:
1. Está convencida de que la música de los Beatles «se parece mucho» a la de Arcade Fire.
2. Se masturba con las películas de Spike Jonze.
3. Cree que la lomografía es un modo de vida.
4. Reza en dirección a Williamsburg tres veces al día.
5. Viste los pantalones a la altura de la ingle.
6. Lleva el cerebro a la misma altura.
Además, discriminan a los que no son como ellos y marcan sus territorios con la misma precisión que los gatos. Sus gotitas de orina dicen: si no eres gafapasta no eres bienvenido.
En los Estados Unidos e Inglaterra los han bautizado con un adjetivo de buen origen, hipster (aficionados al jazz de los años cuarenta). Los hispanohablantes hemos ganado de calle a los sajones: gafapasta es de nuevo cuño y, sobre todo, despectivo, que es de lo que se trata.
Mi novia es fan de Hipster Hitler, un cómic virtual que ironiza con el comportamiento nazi de los gafapasta. Sus autores parecen tener miedo de acudir a tan reverberante figura histórica: firman con iniciales y necesitan 132 palabras a pie de página para explicar que las peripecias de su héroe son paródicas. Pese a todo, venden camisetas con lemas, como diría un gafapasta, «impactantes»: «Three Reichs and You’re Out», «Death Camp for Cutie», «You Make Me Feel Like Danzing»…
A mí no me hace reír Hipster Hitler. Trabajé para una revista trendy y ya asistí a la representación en directo de todas las viñetas.
Me encanta cuando gastas esa malaleche.
Detesto a Spike Jonze y toda su corte celestial, los Kaufman, Gondry y compañía.
Lo de gafapasta es buenísimo.