Última oración al fuego y al veneno

01/01/2011
Pablo Picasso, París, 1944

Pablo Picasso, París, 1944

El libro Los cigarrillos son sublimes analiza desde una perspectiva nostálgica el papel social y cultural del tabaco y se pregunta qué pasaría si el vicio desapareciese mañana.

Primero, las oficinas. Luego, los trenes y aviones. Después, los restaurantes y bares. Finalmente, como hicieron Stalin, Mao y Franco con sus fotos, la nomenklatura: el servicio postal de los EE UU borra los cigarrilos de los sellos de correos del cantante de blues Robert Johnson y al pintor Jackson Pollock; el siempre correcto Bruce Springsteen, retoca la cubierta de uno de sus discos para que desaparezca la cajetilla de Marlboro que ha estado consumiendo…

Sexo virtual, carne sin grasa, café descafeinado, guerra sin víctimas, política sin política –ahí están ZP y sus gestos–, Guantánamo (una cárcel sin forma), explotación sin lucha de clases… Así somos: a granel pero sin esencia. Perdidos.

“Fumar puede matar”, “fumar puede dañar el esperma”… La cruzada anti tabaco es universal y está sustentada en la supuesta defensa del otro con una vehemencia que también sería deseable para la salvaguardia de los centenares de millones de invisibles esclavos que nos fabrican las zapatillas de jogging y otros superfluos consumibles. El filósofo Slavoj Žižek advierte el objetivo final de la batalla: “acabar con el deleite excesivo y riesgoso del otro, personificado en el acto de encender un cigarrillo e inhalar profundamente con placer descarado”.

Acaban de publicar un ensayo de un profesor de la Universidad de Cornell (Nueva York-EE UU) que, en pleno macarthysmo moral, tiene tanta capacidad subversiva como el Manifiesto Comunista. Se titula –ya he encargado una camiseta con el lema en el pecho– Los cigarrillos son sublimes (Turner. 20€).

El autor, Richard Klein, experto en literatura y tabúes contemporáneos, inicia el libro con un poema de Antonio Machado: La vida es un cigarrillo, / hierro, ceniza y candela / unos la fuman deprisa / y algunos la saborean. Lo concluye aduciendo que cada cigarrillo tiene “su razón secreta, su propio fundamento”.

Entre uno y otro enunciado, Klein desmenuza “la elocuente historia que los cigarrillos desgranan en silencio mientras se transforman eternamente en humo”. Los jeques del puritanismo de lo salubre pueden permanecer tranquilos: no es un opúsculo a favor de la hebra fumada. Ni siquiera una lícita llamada a la tolerancia. Es un canto nostálgico sobre un placer que también es un vicio, acaso un grito, fanático y autodestructivo, contra lo insípido, estúpido y tedioso de la vida. Todo fumador sabe que se envenena. Si el tabaco fuese saludable, no sería sublime.

¿Qué se perdería si el hábito de fumar desapareciese mañana?”, se pregunta Richard Klein. La respuesta que ofrece en Los cigarrillos son sublimes parte de la voluptuosa cigarrera sevillana Carmen –la de Mérimée y Bizet– cantando “c’est fumée!” (todo es humo); pasa por todos los déspotas que rechazaron el hábito (desde Napoleón a Hitler); recuerda a Sartre escribiendo El ser y la nada mientras fumaba como una chimenea; revisa los poemas ahumados y simbolistas de Mallarmé, Baudelaire y Laforge (“fumando delgados cigarrillos a los dioses me enfrento”); describe la utilidad de los cigarrillos, intercambiados y regalados con fraternal impulso, en momentos de disturbios, guerra o crisis, y, por supuesto, desemboca en Rick Blaine, el personaje central, interpretado por Humprey Bogart, de Casablanca (1942), la película donde todos fuman…

El gran paréntesis contra la experiencia ordinaria (por cotidiana y también por ramplona) es un enémigo público perseguido en 80 países del mundo con leyes anti tabaco. Es la represión planetaria: en cualquier momento entre el 25 y el 50% de la población mundial está fumando. Klein –que comparte con la filósofa francesa Annie Lecrec la idea de que fumar es “la oración de nuestro tiempo”, uno de los pocos encuentros con nuestro yo más íntimo– llora el final del “rito del fuego, el humo y la ceniza” y recuerda aquello que, más allá del cinismo con que se maneja la industria de lo correcto, debería ser un axioma para la salud pública: “Los cigarrillos son perjudiciales, como todas las drogas, y eso es lo que los hace tan buenos para quienes los consumen”.

"Los cigarrillos son sublimes" (Richard Klein)

"Los cigarrillos son sublimes" (Richard Klein)

El valor de “acortar la vida”

Entre fotos de bellas personas en seductora danza con el humo (Audrey Hepburn, Peter O’Toole, Melina Mercouri, Coco Chanel, James Dean…), Richard Klein revisa la “importancia cultural” del tabaco cuando está a punto de “quedar asfixiada” por “feroces y a menudo fanáticos” ataques.

El libro es una crítica literaria, un análisis de la cultura popular y una arenga política. “Los cigarrillos son sublimes” reivindica el atractivo, no por oscuro menos perfecto, del acto de fumar y recuerda que el culto a la salud y su crédula consecuencia, la longevidad, excluyen a aquellos para quienes “el valor de la vida, en oposición a la supervivencia, reside en los riesgos y sacrificios que tienden a acortarla y a acelerar la muerte”.

[Esta pieza fue publicada el 11 de diciembre de 2008 por el diario 20 minutos. Aquí la puedes leer completa en PDF]

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4 Responses to Última oración al fuego y al veneno

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  3. Miguel on 31/05/2013 at 11:21

    Ah, la vida… Leyendo ya las últimas líneas empieza a oírse el gorgojeo del café saliendo… En la cocina, quiero decir, no en mi imaginación, que también.

    • j.a.g. on 31/05/2013 at 11:24

      Yo voy a por uno ahora mismo y llevo el Camel en la mano. Me desalojan al pasillo exterior para la dosis =)

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