Vainilla

18/09/2009

Una fiesta. Siempre nos queda una solución contra el hielo, los relojes y la egolatría: la verbena, la mesa de mezclas, el merengue y el danzón. En Texas -esto es real y no un artificio de merodeador de palabras-, la Virgen María apareció hace unos meses sobre los restos de un cono de helado arrojado al suelo de un aparcamiento. Ahora veneran el lugar, una Meca de vainilla, un Potala de leche, grasa animal y colorantes. Podríamos seguir el ejemplo: quedemos como el cucurucho texano en una aparición digestiva.

Pero, ¿qué debemos celebrar? ¿Qué no nos toque en la lotería de la muerte ninguna de esas cositas letales que andan sueltas por ahí? ¿Qué Nick Cave haya sido definitivamente desenmascarado: se trata de Ignacio Escolar, actualizado gracias a un morfing multimillonario? ¿Qué Google logre con sus usuarios lo que no ha conseguido José Luis Moreno con los espectadores de TVE? ¿La efeméride del amor?

Repaso las fotos de algunas quedadas, expuestas en la red sin pudor, de manera tan socializante, con la suficiente transparencia, como las buenas cortinas de ducha. Los asistentes parecen contentos, es verdad, con una franqueza que desarma. Son cuerpos-sonrisa, plenamente tangibles, aunque conectados a un satélite particular. Exponemos lo que tenemos. Estamos en órbita.

Las cosas todas (fábricas, museos, máquinas, automóviles, almacenes, redes sociales, películas de la Coixet, regocijos y borracheras) tienen un tamaño desmedido. Son en exceso grandes y, lo que es peor, no parecen ser nunca lo bastante grandes. Lo real, mimetizado con lo enorme, está de moda. Una dictadura se ha puesto en marcha sin que te enteres, muchacho: la del presente. Nos prohiben conjugar en otros tiempos verbales: evita el futuro, borra el pasado, el tiempo real es el único tiempo. Aquí sólo se salva quien tiene un microfóno o, ultimamente, un buen Twitter. Ni siquiera puedes drogarte sin evitar la retransmisión por Skype.

No es que me guste practicar el valor del disgusto, esa actitud que pretende verlo todo como falso y detestable. No, al contrario, me divierto mucho en los parques infantiles, las churrerías a la caída de la tarde y siempre que puedo leo la sección de Ignacio Escolar –invariablemente acabo en el mismo Dachau- para troncharme con sus folletines nueva era. Soy tolerante, entiendo que los sucedáneos están muy sabrosos, que el periodismo es menos latoso que la poesía, que la felicidad es una tarjeta de crédito. Acepto, en suma, que el tetrabrik es más fácil de descorchar que una botella.

Podríamos montar una quedada, sí, una cosita despreocupada, directa, sin más intención que un poco de bla, bla, algo de ja, ja, bastante Heineken y mucho ¿quién dices que eres?, ¿por qué no salimos a tomar el aire?. Una reunión esférica, íntegra, un Woodstock en pequeño comité. Optemos por un local minimalista con taburetes himaláyicos de los que te desplomas pronto. Conviene caerse de vez en cuando para sacudir la modorra, los diseñadores lo saben, estudian ergonomía. Los diseñadores han aplicado en las banquetas de los bares la gran consigna del festival de Woodstock: “People in motion”, “gente en movimiento”. Hacia abajo.

Bien, una quedada, una sola religión: pins, globos y curda. Un rito en honor de esta lámpara de Aladino de cristal líquido que frotamos cada día, cada noche, buscando caer al suelo, esperando que los helados de vainilla también caigan y una virgen naciente consagre el punto exacto donde nos rompemos la crisma. Cada día, cada noche.

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One Response to Vainilla

  1. banshee beat on 18/09/2009 at 21:21

    Here we are now, entertain us, I’m stupid, and contagious…

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