Algunas vidas son una cuenta atrás. Édouard Levé (1965-2007) cultivó la fotografía para retratar un pueblo llamado Angoisse (angustia), la pintura para quemar casi todos sus cuadros y la literatura para descartarse del mundo.
En sus cuatro libros narró lo que dejó de hacer y frecuentó sin aderezos la desilusión. Envió a su editor el manuscrito de Suicidio tres días antes de ahorcarse.
¿Un «largo canto negro»? Al contrario: escrita en segunda persona, como una silenciosa reflexión votiva ante un amigo de 25 años, muerto por voluntad propia con un tiro de escopeta, esta novela proclama el «clasicismo» de la «aridez» y defiende la vida lenta o, si no es posible (y cada día lo es menos), el brillo de la muerte: «Te negabas a ser excesivo. Hacías poco pero bien, o nada, antes que algo mal. Ignorabas los anhelos contemporáneos (…) No te faltaba el aire. Disfrutabas con el silencio».
No hay luto, ni un gramo. Quizá la envidia melancólica de quien se ha quedado en el andén («la serenidad de tu muerte pesaba más que la agitación dolorosa de tu vida»), la constancia de que ninguna bala borra lo que hubo («acaparas mis recuerdos de rock triste») o la tontería de separar al cantante de la canción («tu muerte ha escrito tu vida»).
SUICIDIO. 451 Editores / 104 páginas / 14,50 euros
[Esta reseña apareció en el número de diciembre de la revista Calle 20. El PDF, aquí]