El vampiro soñaba con campos nocturnos poblados de amapolas, con vetustas catedrales centro europeas y – esto era lo que más le gustaba – con parques infantiles fatigados de risas y piel.
Pero el sueño no era del todo placentero: algo le escocía en el cuello. Trataba de rascar el lugar exacto, pero una mano que no era del todo suya aunque tenía la misma palidez, los mismos dedos de alambre, llegaba antes y rascaba con precisa exactitud.
Sentía que también él rascaba otro cuello, tanteando con las uñas y notando el escalofrío en su cuerpo, como refregándose a sí mismo. Era como tocar la propia sombra, la refracción en un espejo –si esto fuera posible, porque los vampiros, es sabido, no padecen la tortura de los cristales-.
El sueño se hizo pesadilla con el apremiante deseo de morder aquel cuello, que parecía tan suyo como ajeno.
Cuando el último rayo del crepúsculo dejó de iluminar la cripta, la biología cronométrica de los vampiros tocó la puerta del amplísimo ataúd. La noche es para despertar.
Dos pares de ojos ígneos se abrieron al tiempo. El jadeo de las dos bocas fue simultáneo.
Saliendo de idéntico sueño, los vampiros siameses, unidos por el centro de la espalda, se arrojaron uno contra el otro, mordiéndose los dos cuellos de un mismo cuerpo, succionando de yugulares distintas la sangre de un sistema compartido.
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Me gusta la vuelta de tuerca que le das, como si Jeckyll y Hide se encontrasen físicamente, por un segundo, en un imposible cara a cara.
El último plano del clip de Dreyer me tiene fascinado.
He andado ausente y has trabajado mucho! Voy volviendo poco a poco.
Un abrazo.
Gracias otra vez (y como siempre), David.
Te intuía aquejado de una de esas fiebres que nos atenazan. La del trabajo es una de las peores, cuídate.
Busqué ayer sin suerte «Vampyr» en el vídeo club. Tendré que acudir al suministro ilegal =)
Curiosamente la tengo pendiente, me la pasó mi hermano hace poco. No pude decir que no a un regalo ilegal =)