Durante su fugaz paso por el mundo (27 años y diez meses: desde noviembre de 1942, hasta septiembre de 1970), Jimi Hendrix intentó no dejar rastro de su sometimiento al ejército.
Le incomodaba que le preguntaran sobre el asunto y cortaba el interés con algún gambeteo verbal de los que sólo se consienten a las estrellas del pop y los políticos.
Hendrix se vistió de militar durante un año para eludir una condena de carcel de dos por robar coches. En mayo de 1961 se alistó en la División Aerotransportable 101, con base en Fort Campbell, Kentucky. La unidad adquirió más tarde una indigna notoriedad por su sangrienta intervención en la batalla de la Colina de la Hamburguesa en Vietnam.
El expediente militar de Hendrix revela variados méritos: era un pésimo tirador, se escaqueba con reincidencia de las faenas del cuartel y, según sus compañeros, padecía de un onanismo compulsivo.
Le gustaba alardear de que le habían dado la baja definitiva por romperse la rodilla tras su vigésimo sexto salto en paracaídas.
Aseguraba que el sonido volatil que extraía de la guitarra estaba inspirado en el vuelo en caída libre:
Cuando estás allá arriba todo es tranquilidad y sólo escuchas el viento en un s-s-s-susurro…
Es mentira. No ha quedado constancia de que se lanzase alguna vez en paracaídas
Tampoco es real, al parecer, su intento fallido de librarse del servicio militar al hacerse pasar por homosexual y asegurar que estaba enamorado de un compañero de acuartelamiento.
Del ejército obtuvo un solo provecho: le arreglaron las muchas caries de sus dientes. Algunos maledicentes señalan que gracias a los militares pudimos ver a un ser humano haciendo solos de guitarra con los caninos y los incisvos.
Hay algo extraño y de regusto sombrío en Hendrix. Demasiadas máscaras y espacios blancos.
Durante años ocultó su raza (medio negro, medio cherokee) y la muerte por cirrosis de su madre alcohólica; se sepultó bajo apodos; no reconoció a su única hija (Tamika, cuya madre, Diana Carpenter, era una homeless adolescente que se dedicaba a la prostitución); hasta el año final de su vida sólo tocó con músicos blancos; todas sus novias, que fueron muchas, también eran arias; sus colaboradores musicales, agentes y managers, también…
Parecía un hombre escapando de su sombra. A veces iniciaba los conciertos con un manifiesto dictado para sí mismo antes que para los asistentes:
Quiero que olvidéis el presente, el pasado y el futuro. Vamos a crear un nuevo mundo esta noche.
Siempre tuvo la impresión de que en Europa le entendían mejor que en los Estados Unidos, pero sus últimos cuatro conciertos, en septiembre de 1970, en Suecia, Dinamarca y Alemania, fueron amargos.
En el último, el Festival Amor y Paz de la isla alemana de Ferhman, en el público había nazis violentos que no se calmaron hasta que ejecutó la ceremonia circense de quemar la guitarra tras rociarla con gasolina.
Tocaba como una máquina, repetía los clichés, había perdido la emoción. Deseaba ser un bluesman y no un payaso.
Era muy violento cuando bebía –y bebía más que nadie (“nunca había visto un cadáver con tanto vino dentro: le salía por la nariz y la boca”,dijo el médico que acudió a analizar el cuerpo)–. A una de sus amigas le rompío la mandíbula de un botellazo, a otra la golpeó con un teléfono porque pensó que hablaba con otro novio…
Quizá en ningún otro compositor de la época sean tan vívidas las emanaciones de los narcóticos sobre la música. Editó en vida cuatro discos. Los tres primeros (Are you Experienced, Axis: Bold as Love y Electric Ladyland) son itinerarios astrales de LSD, espirales de cannabis y saturaciones de anfetaminas.
En el último, Band of Gypsys, el único grabado con músicos negros -y el mejor-, pueden tantearse los efectos del Seconal, el barbitúrico hipnótico con el que Hendrix se anestesiaba en los últimos meses y a cuyo consumo inmoderado, mezclado con alcohol, se atribuyó de modo oficial la muerte.
Este año se cumplen cuatro décadas de la muerte del mito. Al contrario que su vida, breve, desventurada y azotada por las tribulaciones, el legado (estimado en unos 80 millones de dólares) tiene el brillo contante y sonante derivado de la devoción que tantos profesan al asombroso guitarrista.
Acaban de editar un nuevo disco póstumo, el undécimo (sin contar las muchas recopilaciones y antologías). Se titula Valleys Of Neptune y lo distribuye la multinacional Sony, a la que han sido vendidos los derechos de la música de Hendrix. Contiene una docena de canciones grabadas en 1969 y presentadas bajo la equívoca descripción de “nunca antes incluidas en disco”. En realidad lgunas son versiones y tomas desechadas y a otras, dejadas sin acabar por Hendrix, les han añadido nuevas pistas instrumentales.
Detrás de la mercantilización de la efeméride está Janine Hendrix, hermanastra de Jimi (fue adoptada por el padre de éste en 1968 y sólo vió al músico dos veces, durante unos minutos, cuando era una chiquilla). Después de años de furibundos litigios judiciales, sobre todo con Leon Hendrix (hermano de Jimi por parte de padre y madre), Janine es la directora del trust que gestiona el legado musical y comercial del guitarrista, que murió sin testamento.
Siempre he creído que Hendrix se arrepentía de su carrera, manipulada por los managers y celebrada con el fanatismo pop de lo último es siempre lo mejor.
Valleys Of Neptune suena bruñido y nítido, pero sin un solo s-s-s-susurro de viento.
Siguen matando al bluesman.
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gracias por la información. Lo único que creo que no es achacable es lo de que pretendía ocultar su raza. Hombre, los negros siempre lo han tenido bastante más jodido. Son «los nadie» del mundo, no crean arte, solo «artesania»….
Disiento, Segun. Hablamos de finales de los años sesenta, cuando los negros ya habían alcanzado todos los derechos civiles -ya sé que, en algunos casos, era sólo en teoría, pero en la música pop-rock ser negro no era ser un ‘nadie’-. Creo que la ocultación de la negritrud de Hendrix tiene más que ver con su inseguridad. Cuando, en 1969, los Panteras Negras le echaron en cara su desentrendimiento de la lucha del black power no tardó ni dos minutos en reclutar una banda negra. Quiero decir, era una persona que se movía por el dictado de los demás. Eso creo, vaya.
Me gusta la música de Hendrix en dosis pequeñas.
I was not aware of his insecurity issues. I can see why the Black Panthers accused him of not being «black enough,» he did appear absent from the black struggle in those days. But was it his responsibility? Was he an Uncle Tom for entertaining the «white masses?» Is it possible for an African American to be a musician without being «black» first?
Thanks for your post, sir….
Maybe I didn’t explain correctly my point of view about JH. I think he always wanted to be a blues player, but the ‘cool’ people he was sorrounded by in the snob London of the Swinging Sixties (Clapton, The Beatles, Chas Chandler, The Who…) influenced him too much. When he noticed only black people can play blues (I agree with that) it was too late.
Creo que te has explicado muy bien desde el principio, Jose. Tendemos a pensar que determinados de nuestros ídolos, o los más representativos de quienes destacaron en algo, eran personas de una pieza, sin máculas como las que tú explicas, tan de base.
Lo más triste de todo en la vida de una persona es que se arruine un determinado potencial, el que sea que tenga.
Gracias, David. Me gusta mezclar al cantante con la canción. Todos, también los de cada santoral, somos quebradizos.