Es la rosa que abre los párpados,
la rosa vigilante, desvelada,
la rosa del insomnio deshojada.
Es la rosa del humo,
la rosa de ceniza,
la negra rosa de carbón diamante
que silenciosa horada las tinieblas
y no ocupa lugar en el espacio
Encontré el poema del mexicano Xavier Villaurrutia (1903-1950) mientras trataba de entender, otra vez sin conseguirlo, qué pasa en mi país, en mi tierra, qué explicación tiene que los jóvenes sean el manantial de futuros votos del que se nutrirá el futuro presidente de Gobierno, Mariano Rajoy, un tipo conservador, beato, pacato, sombrío y ultramontano.
Lo dicen las encuestas, incluso las oficiales. Del análisis de la última, publicada ayer, se concluye que serán los jóvenes quienes lleven a la presidencia al candidato del Partido Popular. Entre las personas de más de 55 años, la diferencia entre Rajoy y José Luis Rodríguez Zapatero es mucho menor o casi no existe.
No me parece que Zapatero sea digno de crédito: es tibio y bobaliocón, le falta valentía y le sobran timidez y corrección. No creo que en toda su vida haya dicho una grosería. Tampoco que haya leído la Biblia. No confío en ningún ser humano que no cumpla ambas virtudes.
Creo que Rajoy sí ha leído la Biblia, aunque parece gozar del Antiguo Testamento más que del Nuevo, y le imagino diciendo groserías. En su caso, las dos virtudes no bastan: también le imagino firmando, si hace falta, sentencias de muerte. Algunos de sus compañeros de partido lo hicieron en un pasado no muy remoto.
Rajoy y yo nacimos en la misma ciudad y casi al mismo tiempo: me gana en juventud por un mes.
No alcanzaré la altanería de sentirme avanzado, privilegiado, dueño de la rosa… Allá cada uno, tenga la edad y el rosal que tenga, con las consecuencias de sus actos u omisiones.
Mientras no dejo de preguntarme de quién es la rosa silenciosa que horada las tinieblas, repito con simpleza a André Gide: «Me cuesta mucho convencerme de que tengo ahora la edad de quienes me parecían viejos cuando yo era joven».