Algunas fotos son llanas. En su condición de pura evidencia no necesitan gritar o llamar la atención. Son apenas un susurro que parece decir: “nada más, esto es”. Se acercan a la blancura que erradica el artificio heredado de la infección del neo realismo que propagan la publicidad y la mercadotecnia.
Me gustan los fotógrafos que no se someten a la fácil indulgencia del grito, que no recrean el imaginario de nuestro tiempo abyecto, que no se se obstinan en el híper procesado digital con pertinacia de yonquis.
No me importa si el origen de una foto es un negativo de película o un cúmulo de bits. Me importa que la foto sea algo más que imagen, quiero, como reclamaba Kafka, que “enturbie la vida”.
Otro “Rayados de luz”, la sección que escribo cada semana en El Fotográfico