Quiero pensar que Joseph Conrad redactó Lord Jim a partir de la picadura de un mosquito mientras su embarcación sobrellevaba una calma chicha en los bancales del río Níger.
Que William Faulkner desplegó Santuario en una visita de cortesía a un juzgado de paz, durante la cual sufrió un profundo mareo.
Que Robert L. Stevenson presintió Catriona en el aroma del tabaco de pipa que fumaba un amigo.
Que Edgar Poe descubrió el terror de Arthur Gordon Pym en la pesadilla de una duermevela.
Que Jorge Luis Borges escribió El hombre de la esquina rosada tras percibir el rostro de su abuelo materno en una de las manchas que agasajan a los ciegos.
Quiero pensar que, así, gracias a la afortunada intervención de una contingencia, un encuentro, un mareo, una mancha o un mal paso, algún día podré contar mi historia.