Aparecen en los mapas pero poco más. Baker, en el estado de California, y Beatty, en el de Nevada, son dos villorrios donde el silencio y los días son demasiado largos y, sobre todo, demasiado calientes. Ambos pueblos pugnan, con cierto grado de indolencia y ánimo bromista, por detentar la condicioón de ser La puerta de entrada al Valle de la Muerte, la zona desértica más dura de los EE UU —temperatura máxima de hasta 58º— y la más inclemente y seca del mundo según los meteorólogos.
En Baker y Beatty viven unas 1.500 personas según los censos de ambos pueblos. Los villorrios son poco más que unas cuantas casas situadas a ambos extremos de la ruta automovilística más usada para viajar entre dos de las ciudades-símbolo estadounidenses, Los Ángeles y Las Vegas. La mayoría de los vecinos reside en remolques o viviendas prefabricadas salpicadas por el terreno árido, una depresión situada por debajo del nivel del mar. La tienda de alimentos más cercana está a 45 minutos en coche y a buena velocidad.
La fotógrada Pamela Littky había atravesado muchas veces Baker y Beatty sin detenerse, pero en 2009 se dejó llevar por la carga «ominosa» del cartel situado a la entrada del primero de los pueblos: «Bienvenidos a La puerta de entrada al Valle de la Muerte«. La llamada casi dantesca del «dramático y macabro» rótulo, como una invitación a penetrar en un infierno, la llevó a abandonar el asfalto y parar. De esa decisión nació el libro de fotografía Vacancy (Habitaciones disponibles).
La monografía, que acaba de editar Kehrer [144 páginas, 36 euros], es la culminación de un proyecto de cuatro años, durante los cuales la fotógrafa profundizó en la vida y estructura social de los pueblos, «aislados enteramente en sus propias zonas culturales» y existiendo «al margen de los acontecimientos nacionales y mundiales». No fue fácil obtener la aquiescencia y ganar la confianza de los lugareños, outsiders, solitarios y, sobre todo, muchos migrantes ilegales centroamericanos, fracasados tras buscar el sueño estadounidense. No había demasiado receptivad inicial, pero tras varias visitas y a medida que se convertía en una habitual, Littky y su cámara fueron aceptadas por las comunidades.
El reportaje, iluminado por la luz pristina y limpia del desierto, muestra a personas varadas y con frecuencia solitarias que han elegido la lejanía de Baker y Beatty y acomodado a ella su existencia y quehaceres. Se trata de gente, apuntan los editores, «ferozmente independientes» que no solamente entienden la existencia en dos mínimas villas rurales del desierto como una ruptura aceptada con la sociedad sino también como un «estado de ánimo».
La fotógrafa escribe en el prólogo de la obra que no solamente encontró características físicas comunes entre ambos lugares —casas móviles, señales herrumbrosas, nulos servicios públicos…—, sino un «sentimiento de unidad» entre sus habitantes que nace de tener que vivir en un «ambiente extremo». Fueron los propios vecinos, añade Littky, quienes le sugirieron el estilo de fotos hiperrealistas, le mencionaron el «sentimiento de desorientación» que el desierto transmite y la convencieron de que se trata de lugares «donde aparentemente no hay nada que hacer» es incierta.
Cuando empezó con el reportaje, mientras EE UU sufría las consecuencias de la más grave crisis económica de las últimas décadas y el país estaba embarcado en dos guerras, la fotógrafa se encontró con «un gran lugar vacío» donde son los habitantes quienes deben hacer que las cosas marchen y funcionen. «Durante el tiempo que pasé allí había un gran turbulencia en el resto del mundo: la crisis económica, las de la vivienda y el empleo, las largas guerras todavía en marcha… En estos pueblos nada de eso importaba. Las puertas de entrada al gran desierto nunca han dependido del resto del mundo, por eso creo que Beatty y Baker tienen algo importante que decir sobre los EE UU de hoy».
Automóviles achatarrados; un anciano solitario sentado en un sillón de masaje flanqueado por dos cuadros con escenas pornográficas, un humilde bar que anuncia en la ventana: «bienvenidos, vaqueros»; un bingo al que asisten media docena de personas; la charla de un grupo de hombres curtidos frente a un taller de reparación de neumáticos; una piscina abandonada en la que solo queda un resto de agua sucia en el único motel de Baker; un par de niñas en una acera adusta… Vacancy muestra la vida detenida pero cohesionada de un par de villorrios donde nadie se para y que compiten, con un deje de ironía, por ser la ruta de entrada a uno de los desiertos más feroces del mundo.