Mels Drive-In: The Kingdom of Fun

06/08/2013

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Acaso sea una de las formas más justas de poblar el paraíso estadounidense de miel sobre hojuelas: pancakes, batidos —»los más espesos de la ciudad», te advierten y tientan a la vez—, mostaza y ketchup Heinz, música de Buddy Holly en rockolas individuales a 25 centavos la pieza, decorado de melamina plástica, embellecedores de aluminio, lámparas con estructura de falda de muchacha bailarina y, en el exterior, neones rojos y azules que iluminan con cierta melancolía el asta de la que cuelgan las inevitables barras y estrellas, la única bandera del mundo que es también un readymade pop

Descubrí el Mels Drive In desde el autobús, a pocas manzanas de casa. El edificio de planta baja tiene un aire de retrofuturo, entre espacial y submarino, pero la visión fugaz fue suficiente. «A esa lugar hay que ir», pensé. Aún antes de visitarlo como cliente le otorgué un lema personal que no resultó incorrecto: The Kingdom of Fun (El Reino de la Diversión).

El Mels es un restaurante de otro tiempo. Ni siquiera el término restaurante le hace justicia y resultaría preferible llamarlo, como en algunas zonas de Sudamérica, fuente de soda, una expresión con un deje místico que te lleva a pensar en un nirvana de fosfatos, helados sundae y pasteles de manzana calientes o, yendo más hacia atrás, a un titular de un diario de Los Ángeles de principios de siglo dentro del cual me gustaría haber vivido: «Sedientos de cocaína. Se multiplican los esclavos al hábito de la Coca Cola».

En el Mels puedes comer, cenar o practicar ese empíreo descontrol tan made in USA del «desayuno todo el día», la gran aportación del país —San Herman Melville me perdone— a la cultura contemporánea.

¿Puede el dinero pagar algo tan placentero como zamparse a la una de la madrugada una pila de tortitas, un batido de chocolate denso e incomprensible como la estructura federal del estado y un chorro de jarabe de arce? La respuesta es no aunque admitiría una alternativa superior: zamparse el mismo menú y a la misma hora pero hacerlo en el asiento delantero, amplio como las praderas de Illinois, de un Oldsmobile Super 88, en cuya ventanilla acaba de encajar una bandeja con las tentaciones comestibles una no menos seductora camarera con patines. Como la gran mayoría de las tentaciones, ésta es ilusoria: pese a que mantienen la adenda de drive-in (auto-restaurante), ya no hay camareras sobre patines en el Mels.

Las había en American Graffiti, la película que George Lucas dedicó a la narración de una noche drástica de una pandilla de jóvenes que circulaban por la ciudad entre romances, desengaños, locura y equívocos para terminar una vez y otra en Mels Drive-In, elegido por el director como centro cardíaco y anímico de la acción. El restaurante elegido para la peli no es el que está cerca de mi casa, sino uno que ya no existe, remozado para el rodaje y derribado cuando lo terminaron, pero la cadena ha sabido explotar la leyenda y cada una de las sucursales —cuatro en San Francisco y tres en Los Ángeles— exhiben fotos de la filmación, dentro de la cual es posible colarse con una mínima utilización de la capacidad de ensueño.

El Mels —fundado en 1947 y por cuya marca litigan ahora dos empresas diferentes (Mels Drive-In y The Original Mels)— es también un escenario donde la acción nunca se detiene, otorgando al cliente, además de deliciosas formas de pecado (sugiero las tartas de manzana o de bayas del bosque, que, como dice la carta, es «altamente recomendable» pedir a la mode, afrancesamiento que añade un extra de tentación aunque signifique simplemente, lo cual no es poco, «con helado de vainilla»), el espectáculo de visiones entre terroríficas y admirables: personas, casi siempre bastante pasadas de kilos, zampándose un desayuno de tamaño ciclópeo que combina huevos rancheros con batido de fresa y una pila de tortitas; parejas de amorosos jubilados entrando de madrugada para regarlarse sendos helados-rascacielo culminados con nata, virutas de chocolate, guindas y, por supuesto, una sombrillita; vecinos que vienen en coche y en pijama, como atacados por una urgencia ante la cual no vale la pena plantearse un vestuario más tradicional; niños que reciben una bandeja de cartón con forma de Oldsmobile…

El menú resume la única necesaria verdad: «La respuesta en Mels siempre es: Yes!«.

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[Escrito para Distrito Latino]

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