Cormac McCarthy, como dios mismo, habla a través de las piedras, las bestias y los árboles. No hay otro escritor vivo como él. Sabe de tejidos, serpientes, ratas almizcleras, brozas del desierto, carrizos sobre el lodo y navajas para desollar. Fue capaz de aprender español para escribir una novela. Lleva diez desde 1965 y en su honor debe anotarse que no ha necesitado pulsar ni una sola tecla de ordenador: las ha mecanografiado en una vieja Olivetti.
Su lengua no es de este mundo. A veces, parece un lobo:
Si Dios pretendiera interferir en la degenaración del género humano, ¿no lo habría hecho ya?
Otras, un profeta:
Las tripas de la bestia que sueña con el hombre y así ha venido haciéndolo desde hace más de cien mil años.
Los adjetivos de McCarthy, cosidos y transformados, no adjetivizan. Son cárnicos, huelen a sebo y a tránsito:
Al día siguiente cruzaron a pie el malpaís, conduciendo los caballos por un lago de lava agrietada y de un negro rojizo como un lecho de sangre seca, enfilando aquel infierno de vidrio ambarino como los restos de una legión mortuoria.
En ocasiones, son un canto de exterminio:
Los muertos yacían con los cráneos como pólipos húmedos y azulados o como melones luminiscentes al fresco de una meseta lunar.
Aunque no siempre fue así –hasta hace unos años era un escritor de minorías–, ahora está de moda. Los hermanos Coen llevaron al cine, con bastante torpeza, su novela No es país para viejos, con Javier Bardem manteniendo durante 120 minutos la misma imperturbable cara de acelga para interpretar al sociópata Anthon Chigur. Ahora llega The Road, la película basada en el último libro de McCarthy, La carretera, que ganó el Pulitzer en 2007. La dirige el australiano John Hillcoat, la interpretan Viggo Mortesen y Charlize Theron y clausurará, el día 12, el Festival de Sitges.
Filmada en escenarios de pesadilla (el terreno afectado por una erupción volcánica, bosques incendiados, zonas de Nueva Orleans donde todavía es notable la brutalidad del huracán Katrina, una autopista abandonada…), la película narra el viaje epifánico hacia el mar de un padre y su hijo tras un desastre apocalíptico que ha dejado los EE UU en manos de «sectas sanguinarias». El director no tuvo mucho trabajo con la historia: la novela de McCarthy está despojada de todo artificio.
Nacido en 1933, McCarthy ha vivido como debe hacerlo un escritor, con rotunda coherencia hacia su obra. En la extrema pobreza se negó a dar una conferencia universitaria a cambio de mil dólares. Se excusó así: «Todo lo que puedo decir está en mis libros».
Errante y casi eremita, oculto para los media, nada interesado en la literatura de la puerilidad en boga –sexo, relaciones personales y egolatría–, autor de “Meridiano de sangre” (1985), la más moral de las parábolas sobre la ferocidad, en La carretera, desde un mundo preso en la negrura, se atreve a proponer la luz de la paternidad y el milagro del hijo como vía de expiación:
Cuando no tengas nada más inventa ceremonias e infúndeles vida.
Lo publican hoy en mi sección de los jueves del diario [versión en pdf, aquí, página 17, con la hermosa maqueta del siempre cariñoso David V.]. Lo malpublican en la web.