Las ignoradas raíces gallegas de Jerry Garcia (sin tilde)

15/08/2013
Jerry Garcia niño

Jerry Garcia niño

El niño-vaquero es Jerry Garcia, a quien la lisiada grafía estadounidense niega la tilde pero la veneración pública de varias generaciones de nacionales convierte en un símbolo, una de la figuras más queridas del santoral pop del país que inventó el rock and roll para deslabazarlo y reinventarlo varias veces de la mano de personajes como Garcia, fundador y guitarrista de la banda psicodélica Grateful Dead, señores del viaje lisérgico.

Las cenizas resultantes de la cremación del cuerpo del músico, muerto en 1995, unos días después de cumplir 53 años y tras mucho trato con la mala vida —heroína, cocaína, cigarrillos y hamburguesas—, están repartidas, en cumplimiento de los deseos que expresó en vida, entre dos aguas: las del Ganges, el río sagrado —y contaminado: es uno de los cinco más sucios del mundo— que conecta en su recorrido el cielo, la tierra y el ultramundo según el hinduismo, y las de la Bahía de San Francisco, ciudad en la que Garcia nació, pasó casi toda su corta estancia entre los vivos y es considerado un prócer.

Me hubiese gustado, por puro egoísmo y, para qué mentir, melancolía por la tierra de la que me siento tan lejos como para añorarla sin interrupciones, que el líder de Grateful Dead estableciera un reparto de cenizas en tercios y que al bendito Ganges y a la deslumbrante bahía sanfranciscana —proyecciones acuáticas de un ying yang taoísta: la miseria y la opulencia— se añadiera otra circunscripción existencial: los juncales y marismas que predicen el místico azul del Atlántico en la Ría de Betanzos (A Coruña).

Joe, Ruth y Jerry

Joe, Ruth y Jerry

La foto muestra a José Ramón García —esta vez las jubilosas tildes sucesivas vienen de nacimiento— y a su esposa Ruth Marie Clifford mostrando a su segundo hijo, que es, como habrán adivinado, Jerry, bautizado como Jerome John. Ella, enfermera de profesión y nacida en San Francisco en 1910, procede de una geneaología de irlandeses y suecos. Él, como acaso delata la extensión de la frente, había nacido en 1902 en Sada (A Coruña), donde la ría gallega y el Atlántico se encuentran para componer una suite.

Pese a la enorme cantidad de literatura biográfica y periodística que se ha movido en torno a la figura del músico, las raíces gallegas de Jerry García han sido bastante ninguneadas por los historiadores. Las únicas referencias más o menos trabajadas están en Garcia: An American Life, de Blair Jackson, que habla al inicio del libro y durante unas tres páginas sobre la «pequeña villa marinera» de Sada, el «pintoresco puerto» de A Coruña, las diferencias climáticas de esta ciudad con la Costa del Sol, la tendencia de los nativos de la zona a la emigración —de creer al autor, lo hacen por motivos meramente recreativos—, la abundancia del apellido García y la existencia de unas personas, «conocidas como gallegos, que hablan su propio idioma, muy similar al portugués».

Los García salieron de Sada en 1918. Manuel, el abuelo paterno de Jerry, se había enrolado unos años antes en la marina mercante para escapar de la miseria y el trabajo que le tocaba heredar: descargar y transportar fletes en un carromato tirado por caballos.

Después de visitar puertos de todas las Américas, Manuel decidió que San Francisco era el lugar en el que deseaba establecerse: el clima era igual al de Galicia, sin extremos y pausado, olía a salitre  y el océano abrazaba a la ciudad por tres de los cuatro costados. Primero viajó él, alquiló un apartamento en North Beach y buscó trabajó y luego mandó a por la familia (mujer y cuatro hijos, entre ellos José Ramón, todavía con tildes).

La saga cortó todos los cabos como si fuese obligatorio y, aunque quizá pueda entenderse como una maniobra oscura para ampararse del extrañamiento, en casa ni siquiera se hablaba español o ese idioma «muy similar al portugués». Los hijos y los nietos crecieron en inglés y ninguno de los García o sus descendientes regresaron nunca a la Ría de Betanzos.

Cuando tuvo edad para hacerlo, José Ramón se cambió el nombre oficialmente porque quería llamarse Joe. Quizá por la infidelidad con las raíces, el tiro le salió por la culata y el funcionario estadounidense lo registró como Joseph. Le dió igual y se presentó siempre como Joe porque se sentía «un patriota» estadounidense y en el salón de casa había un retrato del presidente masón y descendiente de holandeses Franklin D. Roosvelt.

La vida de Joe Garcia tras el desprendimiento de todo fundamento de procedencia, raza o paisajes emocionales fue muy parecida a la que repitió, en una emulación que podría ser entendida como reveladora, su hijo Jerry: estridente pero corta y poblada por una propensión a la tragedia.

El exmarinero gallego, que se ganaba la vida como músico de vodevil y jazz ligero —Jerome, el segundo nombre de pila de Jerry, es un homenaje a su gran ídolo, Jerome Kern, el compositor de, entre otras, la celestial Smoke Gets in Your Eyes—, murió en 1947, a los 45 años, en un infortunado accidente de pesca fluvial al resbalar en una roca y ser arrastrado por las imprevisibles corrientes de un río de montaña.

Un año antes había sido testigo de otra desgracia familiar cuando Jerry, que tenía 4 años, perdió casi todo el dedo medio de la mano derecha, que le segó de un hachazo su hermano mayor mientras jugaban a partir leña.

El dedo cortado

El dedo cortado

Se acaba de celebrar en San Francisco el Jerry Day, un evento de una semana de duración que, desde 2002, quiere conmemorar la vida del «mejor guitarrista de rock de todos los tiempos». Aunque la afirmación maximalista es muy opinable —mi parecer es que Garcia no está ni siquiera entre los cincuenta primeros de un posible ranking—, me choca más el background territorial con que los organizadores salpimentan la celebración de los muy cercanos en el calendario aniversarios del nacimiento (1 de agosto de 1942) y muerte (9 de agosto de 1995) del músico: reconocer sus «raíces en Excelsior», el barrio en el que creció, y su relación simbiótica con San Francisco, que es, dicen, «un orgullo para nuestra comunidad».

Quiero pensar que la tierra, por mucho que la oculten con sandeces colectivas o ingratitudes personales, siempre asoma y en la deriva astral de la forma de tocar la guitarra de Jerry Garcia, que nunca repetía el mismo arreglo para cada canción y afinaba en tono abierto, aprecio —o quiero apreciar, porque me puede la sangre y, qué demonios, tengo derecho— una presencia de la sinuosa danza con el viento, el orvallo y la marea de la Ría de Betanzos, a la cual ni falta que le hacen para ser tesoreras de la armonía las cenizas de un músico hippie que había olvidado que el verdadero Ganges es aquel del que procedes y en el que debes consumarte.

Jerry Garcia

Jerry Garcia

[Escrito para Distrito Latino]

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