Les presento a Jake Shivery y su perra Daisy. El tercer y el cuarto elementos de la foto-ecuación están vinculados entre sí, son interdependientes: el coche —¿un Oldsmobile break?— es necesario para transportar la cámara, una Deardorff de gran formato de 8 por 10 pulgadas, una máquina de madera que pesa casi seis kilos y está construida a mano en piezas únicas. Desde 1916 es fabricada por la misma empresa, una firma familiar de artesanos.
No crean que se trata de un capricho de millonario esnob: el modelo que maneja Shivery sale por 1.897 dólares (unos 1.500 euros), bastante menos que los cacharros digitales de gama alta ensamblados en cadenas de montaje en factorías de Extremo Oriente que no soportarían una inspección laboral y dónde cada empleado merece la categoría de esclavo.
Shivery es un fotógrafo discreto que habita, como todas las almas cándidas que no necesitan del zalamero swing de las megaciudades, en el barrio de St. Johns, un suburbio del norte de Portland (Oregon-EE UU), un lugar donde convergen dos ríos y la luz es excelente porque las nubes son constantes y el alumbrado natural tiene la empañada resplandescencia del hemisferio norte.
Hace retratos con la cámara mamut tras buscar a desconocidos que le llamen la atención o volviendo a molestar a los amigos de siempre.
Mi ambición es tener fotos de un cierto grupo de gente, siempre las mismas personas, según pasa el tiempo: seguir retratándolos cuando tengas 35, 47, 52, 68, etcétera. ¿Hasta cuándo durará? ¿Cuánto aguantaré?… Bueno, todo lo que pueda. Mi horizonte es dejar de hacer fotos cuando me muera.
Le gusta callejear a primera hora de la mañana, cuando todavía tenemos en los ojos las cenizas de lo que hemos soñado, dice en una entrevista.
También confiesa no se trata de dinero, que el oficio no le da para vivir, y que se siente suficientemente retribuido si los modelos le invitan a unos tragos de «whisky matutino». Creo que el punto canalla también ennoblece los retratos.
Las fotos de Shivery han de ser por obligación posados —con una cámara de placas que pesa un quintal y un trípode de similar carga no estás como para capturar movimientos o gesticulaciones: sólo enfocar exige uno cuantos minutos, es decir, debes ser flemático y moroso—, pero aunque sepamos que la condición de momentos helados viene dada por los condicionantes de la artilllería pesada, hay un fundamento documental en la serie.
Durante casi una década (Shivery tiene un stream de Flickr donde se pueden ver fechas y localizaciones), el merodeador de la vieja cámara de placas ha censado a personas del mismo suburbio, repitiendo spot en muchas ocasiones —el patio de su casa es uno espacio al que regresa una vez tras otra—, sin intentar forzar los retratos, buscando la sutileza antes que la fanfarria.
Nada parecen tener que decir estos sujetos identificados casi registralmente —la inicial de su nombre, el apellido, el lugar y la fecha del crimen—: para el hombre-payaso ha terminado la función, la muchacha de la bicicleta ha dejado de pedalear, la señorita T. Mille, metida en el agua del río hasta las rodillas, mueve las caderas pero sin auditorio.
Sivery es un old timer con todas las consecuencias y pasa a papel las fotos por contacto, con lo que cada copia mide lo mismo que el negativo, 8 por 10 pulgadas (20,3 por 25,4 centímetros). Se siente cómodo siendo anticuado.
En el futuro cuando alguien vea una foto en papel sabrá que es del siglo XX. Contribuyo a que sea así. Podría hacer lo mismo con una cámara pequeña e imprimiendo en alta calidad, pero soy tozudo y me divierte mucho más hacer lo que hago y cómo la hago.
Un amigo de Shivery, Blue Mitchell, fundador y hombre orquesta de One Twelve Publishing, una de esas empresas de edición que trabajan en el milagro de que la fotografía siga siendo un arte en el que te manchas las manos y no un intercambio de estampitas digitales, ha organizado una campaña de micromecenazgo para intentar publicar las fotos de su colega. Aspiran a conseguir 18.500 dólares y, en el moment0 en que escribo esto van por 16.380. Quedan cuatro días para que se cierre el plazo. Me odio por llegar demasiado tarde a lo que de verdad importa. Hagan ustedes lo que puedan.
Bajo un retrato de Shivery y su cámara les dejo un vídeo del fotógrafo trabajando. Lleva el cigarrillo en la boca, la petaca de whisky siempre cerca y la Deardorff en la trinchera. Es una de las cinco partes de un documental más extenso [aquí están los demás capítulos: 2 |3 | 4 | 5] con una máquina de escribir, una perra, una partida de póquer, vías de tren, ríos y un tipo siempre mal afeitado y con ropa que parece de su abuelo con una cámara muy grande a cuestas.
Las fotos, y no hablo de tamaños evaluables con la incompetencia sentimental de las unidades de medición, son aún más grandes.