Jean Paul Getty (1892 – 1976)
El hombre de la foto escribía artículos de opinión en la revista Playboy. Con el tiempo los reunió en el libro How to Be Rich (Cómo ser rico, 1961).
No eran más que consejos, proverbios un tanto idiotas, mantras que sólo un malandrín de los negocios sería capaz de restregar en la cara del populacho.
«Si eres capaz de contar tu dinero es que no tienes un billón de dólares».
«Si debes al banco cien dólares, es tu problema. Si le debes cien millones, es problema del banco».
«En tiemos de incertidumbre la experiencia es tu peor enemiga».
«Fórmula para el éxito: madruga, trabaja duro, extrae petróleo».
El hombre de la foto, que, pese a las apariencias, no es un personaje de una película de la Hammer, llegó a ser el más rico del mundo. A su muerte, su fortuna era de dos billones de dólares.
En su última casa, un palacio de estilo Tudor del siglo XVI en Sutton (Inglaterra), hizo instalar una cabina telefónica de monedas para que el servicio y los invitados no derrochasen en llamadas.
La cicatería también era un mantra para J. Paul Getty, señor del petróleo, amigo de los jeques feudales de Arabia y Kuwait, coleccionista de arte y póstumo fundador de un museo y una fundación muy celebrados en las galantes conversaciones de sociedad.
El viejo Getty era un gran cerdo.
Acaba de morir en Londres, a los 54 años, John Paul Getty III, el más conocido de los catorce nietos del billonario. Desde 1981 era tetrapléjico y medio ciego. Un cóctel de valium, metadona y alcohol tuvo la culpa.
John Paul Getty III en diciembre de 1973, sin la oreja derecha
En 1973, a los 16 años, estuvo secuestrado casi medio año por la mafia calabresa. Le cortaron una oreja y amenazaron con devolverlo «en pedacitos» si la familia no pagaba un rescate de tres millones de dólares. El viejo Getty declaró:
«Tengo catorce nietos. Si entrego el rescate de uno de ellos tendré 14 nietos secuestrados».
Tras ver la oreja, el patriarca actuó con la piedad de los oligarcas: cedió dos millones de dólares a fondo perdido a los padres del adolescente (a quienes consideraba unos hippies bohemios) y les prestó el millón restante con un interés del cuatro por ciento.
Cuando el chico, ya liberado, quiso agradecerle el gesto, el abuelo no se puso al teléfono. Tampoco le dejó ni un céntimo en el testamento.
Recuerdo vivamente el secuestro y la oreja cauterizada del muchacho, que era de mi generación y también tenía el mismo pelo ensortijado que yo.
Fue mi primera oreja cortada, muy anterior, mucho más vívida, que las cinematográficas de Blue Velvet y Reservoir Dogs, sin duda inspiradas en la de John Paul. Fue la primera oreja que cortaron a los míos. Después nos cortaron las manos y, al fin, nos arrancaron el alma.
Durante años fui encontrando a John Paul Getty III en las páginas de los diarios: en una fiesta con Andy Warhol y su cuadrilla de diletantes, saliendo de la clínica donde le recosntruyeron la oreja, en un callejón de Los Angeles, en una silla de ruedas…
Uno de los adagios de su abuelo dice:
«Los ricos no somos escépticos o cínicos de nacimiento. Lo somos por las circunstancias».
Quizá la perversidad sea genética.
the «new» getty museum sits pretty on a hill….the structure looks down at people….to access the museum, visitors have to ride a fancy Jetsons-like tram….for a long time i refused to visit the place…too proud, i guess….
‘course, i swallowed my pride during a walker evans exhibition
admission was free……parking was an arm and a leg…ha!
I even will shake kiss the JPG’s skeleton to visit that Evans’ exhibition.