Franz Kafka, la fiera que murió de hambre

15/08/2015
Franz Kafka en 1884 (arriba izquierda), 1886 (arriba derecha), 1888 (abajo izquierda) y 1896 (abajo derecha)

Franz Kafka en 1884 (arriba izquierda), 1886 (arriba derecha), 1888 (abajo izquierda) y 1896 (abajo derecha)

Concedamos el merecido privilegio del axioma de partida sobre Franz Kafka al cazador de mariposas Vladimir Nabokov:

Es el escritor alemán más grande de nuestro tiempo. A su lado, poetas como Rilke o novelistas como Thomas Mann son enanos o santos de escayola.

Sin discutir ni una letra de las líneas anteriores ni pretender el irracional y jactancioso propósito de añadir otra cosa que una ofrenda personal, me entrego a la cosecha de brotes kafkianos apoyándome en el centenario de la publicación de Die Verwandlung (1815), que en español solemos conocer como La metamorfosis.

Sede de la compañía de seguros de Praga en la que trabajaba Kafka

Sede de la compañía de seguros de Praga en la que trabajaba Kafka

1. El mejor redactor de informes de seguros. Kafka (1883-1924), el primer escritor moderno, acaso el único que todavía merece ser considerado moderno, tuvo entre 1908 y 1922 un empleo donde le entregaban un sueldo que, según el mismo afirmaba, le alcanzaba para «pagar el pan». Fue empleado de la aseguradora italiana Assicurazioni Generali y luego redactor de informes en el Instituto de Seguros de Accidentes Laborales para el Reino de Bohemia.

Componía precisos memorandos —podemos imaginar cuan precisos— para que la compañía pagase o dejase de pagar indemnizaciones a trabajadores heridos en el ejercicio laboral.

Al final de la jornada, de ocho de la mañana a seis de la tarde, corría a casa de sus padres, cenaba frugalmente un apio y una zanahoria —era vegetariano— y dedicaba la noche entera a iluminar los caprichos de la tinta sobre el papel con las candelas de su mirada de golem con alma de hombre.

A veces sentía remordimientos por entregarse a una vida laboral adocenante, pero en ocasiones se mostraba indulgente y afirmaba que el trabajo libera al hombre «del sueño que lo deslumbra». Era incansable y nunca dejaba nada sin terminar o mal terminado.

"The Office Writings" - Franz Kafka Edited by Stanley Corngold, Jack Greenberg & Benno Wagner (Princeton University Press, 2008)

«The Office Writings» – Franz Kafka Edited by Stanley Corngold, Jack Greenberg & Benno Wagner (Princeton University Press, 2008)

2. ¿Inventor del casco de seguridad en el trabajo? Un libro publicado en inglés en 2008, Franz Kakfa: The Office Writings [se pueden leer extractos en Googlebooks], reunió por primera vez las prolijas evaluaciones que en horario de oficina caligrafiaba el menudo joven en cuyo interior, sin que ninguno de sus compañeros de trabajo lo sospechase, ardían todos los fuegos del infierno.

Kafka fue uno de los pioneros de la disciplina que hoy llamamos seguridad e higiene en el trabajo, que no estaba entonces regulada ni fiscalizada y que el empleado de la aseguradora consideraba necesario desarrollar para evitar los accidentes y las bajas.

La American Safety Society le concedió tres años seguidos (1910-1912) la medalla de oro por sus aportaciones a la especialidad y los desvelos que se tomaba para aconsejar medidas de protección para los obreros.

En una carta a uno de sus amigos, Kafka resumió con humor la tarea a la que se enfrentaba:

No tienes idea de lo ocupado que estoy… En los cuatro distritos que tengo a mi cargo (…) hay personas que caen de los andamios o dentro de las maquinarias… Es como si todos estuvieran borrachos, los tablones volcaran a la vez, los terraplenes se deslizaran y todo esté siempre patas arriba. Hasta las chicas de las fábricas de vajilla no dejan de volar escaleras abajo con montañas de loza… El dolor de cabeza por estos asuntos no me abandona.

En el libro Managin in the Next Society (2003), el analista Peter Drucker asegura que Kafka fue el inventor del casco rígido de seguridad para determinados oficios, pero nadie ha encontrado pruebas sobre la veracidad de la teoría.

De lo que sí ha quedado evidencia es que, de vez en cuando, el escritor redactaba artículos para el boletín de la aseguradora. Algunos —por ejemplo, una relación de indemnizaciones según el número de dedos mutilados— son dignos de aparecer en una antología de relatos.

Extracto de un artículo de Kafka sobre la prevención de accidentes en las máquinas cepilladoras de madera, 1909

Extracto de un artículo de Kafka sobre la prevención de accidentes en las máquinas cepilladoras de madera, 1909

3. «Ya no os como». Desde que cumplió 25 años, Kafka decidió no comer ningún tipo de carne animal o huevos de aves y sólo de vez en cuando se permitía unos sorbos de leche.

Durante una visita al acuario de Berlín se enfrentó a las peceras iluminadas y dijo en voz alta, hablando a los peces sin la menor afectación ni sentimentalismo:

Ahora al menos puedo miraros en paz. Ya no os como.

4. Freud, «un irremediable error». No encendía la calefacción en su dormitorio, solía mantener la ventana abierta, hacía media hora de gimnasia al día y, excepto en momentos de especial debilidad, nadaba desnudo unos kilómetros en el río varias veces por semana.

Era enclenque solamente en apariencia. Apenas dormía pero estaba habitado por una caldera que nadie apagaba. Nunca.

Algunas interpretaciones deducen que su obra literaria solo puede entenderse por el alma siempre calcinada del escritor —sus mejores amigos iban un poco más lejos y hablaban de «santidad»—.

Otros dicen que estaba colgado de mitos freudianos. Kafka se reiría de estos últimos. El psicoanálisis le parecía, según dejó escrito, «un irremediable error».

Ocho etapas de Kafka

Ocho etapas de Kafka

5. Deseo de ser indio. Algunos de los mejores relatos cortos de Kafka están relacionados con animales. Escribió sobre perros, ratones y caballos. Este texto se titula Deseo de ser indio:

Si pudiera ser un indio, ahora mismo, y sobre un caballo a todo galope, con el cuerpo inclinado y suspendido en el aire, estremeciéndome sobre el suelo oscilante, hasta dejar las espuelas, pues no tenía espuelas, hasta tirar las riendas, pues no tenía riendas, y sólo viendo ante mí un paisaje como una pradera segada, ya sin el cuello y sin la cabeza del caballo.

El sosegado y eficaz redactor diurno de informes de accidentes laborales se convertía, en las garras del insomnio, en un feroz aullador.

El vegetarianismo, la calistenia que practicaba en desnudez ante la ventana abierta al abismo tembloroso de Praga, las brazadas en el río…, nada de aquella sanitaria agenda lograba apagar el horno que anidaba en el pecho.

6. Autómata insomne. En la madrugada, cuando el silencio era propicio, escribía con la voluntad de un lúcido autómata. A veces anota con orgullo la disposición metódica de las jornadas, repetidas en una sincronía de mareas oceánicas.

De 8.30 a 14.30 horas, trabajo de oficina en la aseguradora; regreso a casa; comida hasta las 15.30; siesta hasta las 19.30; gimnasia; acompañar a la familia durante la cena, en la que casi no probaba bocado y sólo picotea frutos secos; a las 23, comienzo de la jornada de escritura; dependiendo de la «fuerza, inspiración y suerte» puede terminar entre las 3 y las 6 de madrugada; algo más de gimnasia; a las 6, desayuno; a las 8, salida hacia la oficina…

Carta de Kafka a Felice Bauer

Carta de Kafka a Felice Bauer

7. ‘En el b.’. Además de relatos, bosquejos, divagaciones y cartas —dejó centenares—, redactaba la que acaso fue su obra más humana, los Diarios de los que en España podemos gozar gracias a una delicada edición de pertinente papel biblia y más de un millar de páginas.

Contienen legajos, cuadernos de viaje y anotaciones insomnes, circulares, absolutas, de engañosa sencillez

Los Diarios son las neurosis de K, el cotidiano fustigador de sí mismo: K yendo al prostíbulo con los amigos y escribiendo con ternura «en el b.», con una sola letra inicial para designar al burdel, como temiendo la curiosidad ajena; K. fustigando el insomnio y los sueños del insomnio; K. en los salones de teatro yiddish; K. en la correduría de accidentes laborales, comparando las arrugas en la frente del jefe con las arrugas de un billete; K. en el nocturno infierno del domicilio familiar; K. repensando los agotadores sueños, los cuellos de las señoritas, la estupidez de los amigos…

Una entrada al azar:

No puedo comprenderlo, ni siquiera creerlo. Solo de vez en cuando vivo dentro de una palabrita, en cuya matafonía (arriba, ‘stöst’, ‘empuje’), pierdo, por ejemplo, por un instante mi inútil cabeza. La primera y la última letra son el final de mi sentimiento, que es parecido al de un pez.

Otra:

La silueta de un hombre que, con los brazos alzados a medias y en posiciones distintas, se vuelve hacia una niebla densísima para penetrar en ella (…) Talmud: El que interrumpe su estudio para decir qué bello es ése árbol merece la muerte.

Una tercera:

Los descubrimientos se han impuesto al ser humano.

Los padres

Los padres

8. Papá, detestable. Mamá, servil. Hermann Kafka (1852-1931), el padre. Hijo de carnicero. Nacido y criado en Osek, al sur de Bohemia. Comerciante de artículos de fantasía en una tienda de Praga desde 1882. Empleaba a 15 personas.

Julie Löwy (1856-1934), la madre. Hija de un comerciante de paños y cervecero. Nacida y criada en Podebrady, a orillas del Elba. Se casó con Hermann Kafka en 1882. A los 67 años escribió un resumen novelado de su vida. Aunque el manuscrito se ha perdido, quienes lo leyeron recuerdan que abundaba en referencias al marido, el trabajo y los hijos, pero no incluía ni un solo apunte personal.

Dos seres antagónicos: el hombre era hosco, lejano, iracundo y gritón; la mujer, de más alta educación, era cariñosa, se consideraba «consagrada» a criar a la prole y hablaba en susurros. Además de ocuparse de la intendencia doméstica, trabajaba ayudando al marido a diario, en jornadas de hasta doce horas.

Kafka no empatizaba con ninguno de sus progenitores: al padre lo consideraba detestable («un verdadero Kafka en fuerza, salud, apetito, vozarrón , elocuencia y autosatisfacción», escribió), y a la madre, servil y cobarde por aguantar al marido.

Hermann Kafka usaba como emblema de su tienda el perfil de una grajillakavka en checo, palabra que se pronuncia kafka—.

La tienda del padre de Kafka en la Staromestske Namesti (Plaza de la Ciudad Vieja) de Praga, en torno a 1920

La tienda del padre de Kafka en la Staromestske Namesti (Plaza de la Ciudad Vieja) de Praga, en torno a 1920

9. Kaaaarr! La grajilla es un córvido con notables capacidades vocales: un chyak-chyak o kak-kak metálico y chirriante es el sonido de saludo en vuelo; kiaw o kyow es la llamada de alimentación, que en las hembras es más compleja: kyaay, tchaayk o giaaa; arrrrr o kaaaarr es usada como voz de alarma ante la amenaza o proximidad de depredadores…

Algunos ejemplares del pájaro, como salidos de una narración kafkiana, pueden imitar la voz de los seres humanos.

El lector habrá advertido la presencia cadenciosa de la letra k en el idioma de las grajas.

10. Mandamientos. Kafka era un escritor tan escrupuloso que prefería condenar al fuego las palabras antes de usarlas mal.

Nunca se consideró capaz de dar consejos pero no hay redactor de mandamientos tan humano como él, siempre cercano al último suspiro, siempre consciente del ahogo.

Esta es una posibilidad de tablas de la ley.

Uno:

La desproporción del mundo parece ser —qué consuelo— sólo numérica.

Dos:

Solo cuando esté contento con mis sufrimientos podré hacer un alto.

Tres:

En la lucha entre uno y el mundo, hay que estar de parte del mundo.

Cuatro:

Si el libro que leemos no nos despierta de un puñetazo en el cráneo, ¿para qué leerlo?… Un libro tiene que ser un hacha que rompa el mar de hielo que llevamos dentro.

Cinco:

La desgracia de Don Quijote no es su fantasía, es Sancho Panza.

Seis:

Conócete a ti mismo no quiere decir: obsérvate. Obsérvate es la frase de la serpiente. Quiere decir: hazte dueño de tus actos. Ahora bien, eso ya lo eres, eres dueño de tus actos. De modo que esa frase significa: ¡desconócete! ¡destrúyete! (….) Para que te conviertas en quien eres.

Siete:

La ociosidad es el comienzo de todos los vicios, el coronamiento de todas las virtudes.

Ocho:

El cielo es mudo, sólo al mudo le hace eco.

Nueve:

Quien busca no encuentra, pero quien no busca es encontrado.

Diez:

No librarse de sí mismo, sino consumirse a sí mismo.

Alfred Löwy (1852-1923)

Alfred Löwy (1852-1923)

11. El tío español. Kafka se identificaba firmemente con sus antepasados maternos. Los Löwy le gustaban, como apunta Mauro Nervi, «por su espiritualidad, distinción intelectual, conocimiento rabínico, excentricidad, disposición melancólica y delicada constitución física y mental»

De sus tres tíos maternos admiraba sobre todo al mayor, Alfred Löwy (1852-1923), que siempre permaneció soltero, tenía un enorme carisma y facultades para triunfar en el mundo de los negocios que no limitaban un gran sentido de la justicia. Era el apaciguador y consejero de la familia.

Trabajó durante varias décadas como directivo de una empresa española de ferrocarriles y residió en Madrid.

Los biógrafos de Kafka nunca han ahondado en esta figura en espera de reparación e investigación histórica por la influencia moral que tenía sobre el sobrino, al que animaba a dedicarse a la escritura pese a que el resto de la familia lo consideraba un caso perdido.

Las hermanas Kafka. Arriba a la derecha, desde la izquierda, Valli, Elli y Ottla

Las hermanas Kafka. Arriba a la derecha, desde la izquierda, Valli, Elli y Ottla

12. Tres hermanas asesinadas por los nazis. Franz fue el primogénito del matrimonio. Luego nacieron, con un año de diferencia, un par de niños que murieron prematuramente: Georg (1885-1886) y Heinrich (1887-1888). A continuación, con la misma cadencia casi anual, llegaron tres crías: Gabriele Kafka (1889-1941), Valerie Kafka (1890-1942) y Ottilie Kafka (1892-1943), llamadas en familia por los diminutivos Valli, Elli y Ottla.

La última fue la más querida por el hermano, que la ayudó a estudiar agronomía para que pudiese gestionar la granja del marido de Elli, Karl Hermann (1883-1939), en Zürau, pueblo que se llama ahora Si?em.

Fue en la casa de Ottla donde Kafka encontró refugio cuando se alejó por primera vez de la familia por la incipiente tuberculosis que le habían diagnosticado. Durante el otoño y el invierno de 1917 – 1918 escribió en la tranquilidad campestre luminosos aforismos casi teológicos:

Se les ofreció la posibilidad de ser reyes o correos de reyes. A la manera de los niños todos quisieron ser correos. Por eso es que no hay más que correos, que recorren el mundo y se gritan unos a otros los mensajes sin sentido, a falta de reyes. Con gusto le pondrían fin a sus miserables vidas, pero no se atreven por el juramento que prestaron.

Elli y su marido tuvieron tres hijos: Felix (1911-1940), Gerti (1912-1972) y Hanna (1919-1942).

Valli, que se casó con el empleado de comercio Josef Pollak (1882-1942), tuvo dos hijas: Marianne (1913-2000) y Lotte (1914-1931).

Ottla se casó con un católico, el abogado Josef David, una unión que despertó las iras del padre de la novia por la diferencia de credo religioso entre los cónyuges. Tuvieron dos hijas, Vera y Helene. En 1942 el matrimonio se divorció. La relación de pareja era tan insostenible que Ottla prefirió la seperación aún a costa de que estaba perdiendo la única posibilidad, el catolicismo del marido, de salvarse del nazismo.

Las tres hermanas Kafka murieron durante el Holocausto. Elli y Valli fueron internadas, como la mayoría de los judíos de Praga, en el gueto de Lód? y trasladadas después al campo de exterminio de Chelmno, donde las gasearon. Ottla murió en Auschwitz.

El destino, en forma de tuberculosis, había evitado al hermano en 1924 y mientras Hitler cumplía condena de cárcel por el fracasado golpe de Estado del año anterior, ser testigo de la fatalidad de sus hermanas y compartirla.

Arriba, desde la izquierda, Felice Bauer, Hedwig Weiler y Julie Wohryzek. Abajo, Grete Bloch, Dora Diamant y Milena Jesenská

Seis de las novias de Kafka. Arriba, desde la izquierda, Felice Bauer, Hedwig Weiler y Julie Wohryzek. Abajo, Grete Bloch, Dora Diamant y Milena Jesenská

13. Miedo al compromiso, adicto al sexo. Temeroso hasta la neurosis del efecto que provocaba en los demás, que consideraba nefasto, las relaciones personales nunca fueron lo suyo. Ardía en deseos sexuales pero temía fallar en la cama. Era encantador, sensible e inteligente, pero le paralizaba la inhibición que sufría ante las mujeres:

Soy espiritualmente incapaz de casarme. Desde el momento en que me comprometo, sufro insomnio, dolores de cabeza, me desespero, ni siquiera vivo y ando todo el día dando tumbos de un lado a otro.

Estuvo comprometido dos veces con Felice Bauer (1867-1960), con quien mantenía sobre todo relaciones epistolares, y una vez con Julie Wohryzek, una empleada de hotel.

A la primera remitió alguna de las más descarnadas de las cartas que escribió a sus novias [han sido reeditadas por Nórdica]:

Yo perdería mi soledad, que en su mayor parte es horrible, y te ganaría a ti, a quien amo más que ningún otro ser (…) En cambio tú perderías tu vida tal como la has llevado hasta el momento, vida con la que te sientes satisfecha casi por completo (…) En lugar de esta nada despreciable pérdida ganarías un hombre enfermo, débil, insociable, taciturno, triste, rígido, casi desprovisto de toda esperanza, cuya tal vez única virtud consiste en que te quiere.

Más tarde, su amor por Milena Jesenská (1896-1944) también se vio frustrado. La salud precaria volvía a aparecer como disfraz del miedo en las cartas [editadas en español por Alianza]:

Reflexione, además Milena, en qué condiciones me acerco a usted, que viaje de treinta y ocho años hay detrás de mí (y un viaje mucho más largo todavía , porque soy judío), y cómo, al tomar una curva aparentemente causal del camino, la veo, cuando no esperaba verla, y menos aún tan definitivamente tarde, entonces Milena, no puedo gritar, ni tampoco grita nada en mí, ni siquiera digo mil tonterías, porque no están en mí, y quizá sólo advierto que estoy arrodillado al ver que sus pies están ante mis ojos y al acariciarlos (…) Estamos jugando a un juego infantil, yo me arrastro por la sombra, de un árbol a otro, estoy en pleno camino, usted me llama, me señala los peligros, quiere darme ánimos, se desespera al ver mi paso inseguro, me recuerda la seriedad del juego (…) Estoy mentalmente enfermo, la enfermedad de los pulmones no es más que un desbordamiento de la enfermedad mental.

Años después, Milena, decidida, valiente, casi temeraria, se comprometió con la lucha clandestina contra los nazis durante la ocupación de Checoslovaquia. Pese a que no tenía origen judío, cosía en sus abrigos la cruz amarilla identificativa y se paseaba por Praga.

Fue detenida por la Gestapo en noviembre de 1939 y encerrada en Ravensbrück, donde trabajó como enfermera y murió tras una infección renal en 1944.

La última novia de Kafka fue Dora Diamant (1858-1952), una chica polaca de izquierdas a la que conoció en un balneario y con quien vivió en Berlín, feliz, yendo a la compra, charlando con los paisanos y alejado —la mejor de las terapias— de las dependencias familiares.

Ella dejó escrito uno de los testimonios más enternecedores sobre el escritor, Mi vida con Franz Kafka [PDF]:

Kafka tenía que escribir porque la escritura era el aire que necesitaba para vivir. Lo respiraba los días en los que escribía. Cuando se dice que estuvo escribiendo durante catorce días, significa que no paró de hacerlo durante catorce días y catorce noches. Por lo general, antes de empezar, deambulaba torpe y descontento por la casa. Entonces hablaba poco, comía sin apetito, no se interesaba por nada y se mostraba muy abatido (…) Como no estaba seguro de la mayoría de las cosas de la vida, se expresaba con mucha prudencia. Sin embargo, cuando se trataba de literatura no transigía y no estaba dispuesto a aceptar ningún compromiso, pues toda su existencia se veía afectada por ella. No sólo quería ir al fondo de las cosas… Él mismo estaba en el fondo.

Tras el ascenso de Hitler al poder, Diamant se casó con el editor del diario comunista Bandera Roja —un periodista que sería víctima de las purgas de Stalin en la URSS—. Ella logró escapar al Reino Unido, donde la internaron como «extranjera enemiga» en un campo de detención. Durante toda su vida siguió presentándose como «la mujer de Franz Kafka, el escritor».

Algunos de los dibujos eróticos que coleccionaba Kafka

Algunos de los dibujos eróticos que coleccionaba Kafka. Todos fueron pintados por Félicien Rops excepto los dos pequeños de la fila del medio, que son de Alfred Kubin y Thomas Theodor Heine, y el de la derecha de la de abajo, que es de Franz von Bayros.

14. Erotómano. Un investigador que trabajaba con los archivos de Kafka que se guardan en la Universidad de Oxford descubrió en 2008 que el escritor coleccionaba revistas pornográficas baratas, fotos eróticas e ilustraciones de artistas que mostraban explícitas y a veces aberrantes escenas sexuales.

Le gustaban, sobre todo, el espectral simbolista0 Alfred Kubin —con quien entabló amistad y al que visitó varias veces en París—, el caricaturista Thomas Theodor Heine y el expresionista Karl Hofer pero sus favoritos eran, sobre todo, el salvaje belga Félicien Rops y el descarado austriaco Franz von Bayros.

Kafka guardaba las publicaciones porno en unos cajones del armario que siempre que salía de la casa paterna tenía la precauación de dejar cerrados con llave.

Bocetos dibujados por Franz Kafka (izquierda) y página manuscrita de "El proceso"

Bocetos dibujados por Franz Kafka (izquierda) y página manuscrita de «El proceso»

15. Mirada de araña. La mirada de Kafka, como demuestran las anotaciones de ambiente de sus diarios, era de una exactitud pavorosa.

También era capaz de aplicar esa afilada observación del mundo en dibujos y bocetos que dejó desperdigados en papeles y legajos: hombres largos y rectilíneos, apocados y en perpetua capitulación.

La letra con la que escribía a pluma tenía algo de animal: en ocasiones las palabras parecen desfilar como arañas protagonizando por sí mismas la austera cinética de las narraciones.

16. Empresario Kafka. A finales de 1911, en un intento desesperado por escapar de la tutela paterna, Kakfa y su cuñado Karl, esposo de Elli, montaron la primera factoría de Praga dedicada a la fabricación de amianto, un aislante en alza desde finales del siglo XIX al que presagiaban gran futuro comercial —nadie sospechaba por entonces que se trataba de un poderoso agente cancerígeno—.

El ansia de romper con el padre no empezó con buen pie, porque los socios necesitaron pedirle un préstamo para montar la empresa, bautizada como Prager Asbestwerke Hermann & Co.

Aunque Kafka dedicaba a la gestión de la firma buena parte de su tiempo libre, a los pocos meses abandonó la ilusión porque robaba horas al ejercicio de la escritura. El 28 de diciembre de 1911 anota en el diario:

El tormento que me causa la fábrica. Por qué cedí cuando me obligaron a trabajar en ella por las tardes. Es cierto que nadie me obliga por la fuerza, pero mi padre me obliga con sus reproches; Karl, con su silencio, y me sentimiento de culpa también (…) Con ese esfuerzo sin valor empleado en la fábrica me privaría, por otro lado, de la posibilidad de emplear para mí las pocas horas de la tarde, lo cual conduciría necesariamente al aniquilamiento total de mi existencia, que, aun sin eso, va reduciéndose cada vez más.

Tres primeras ediciones de obras de Kafka

Tres primeras ediciones de obras de Kafka

17. Repulsivo. Según algunos biógrafos, Kafka padecía un trastorno de la personalidad —que nunca fue diagnosticado—. Uno de los efectos era la sensación de ser una persona física e intelectualmente repulsiva para los demás, impresión alucinada, ya que los testimonios de quienes le trataron dibujan una personalidad animosa, con seco sentido del humor y gran inteligencia.

Era, desde luego, repugnante para sí mismo. En una carta a Milena se describió así:

Yo, animal de la floresta, yazco en cualquier parte, en mi sucia zanja (sucia solamente a causa de mi presencia).

El 90 por ciento de lo que escribió fue quemado por él mismo en arranques de furia irracional. Durante su vida publicó algunas historias cortas y preparó con fervor varias novelas —compuso La condena de un tirón en 1912, entre las diez de la noche y las seis de la mañana—, pero nunca llegaban a satisfacerle del todo y siempre las consideró obras sin culminar.

Antes de morir, adivinando que el final se acercaba, obligó a su mejor amigo, Max Brod (1864-1968), a prometer que entregaría a las llamas todos los papeles, notas, cuentos, cartas y otro material literario que dejaría en su cuarto.

Para desgracia de la amistad y fortuna para el mundo Brod no cumplió el deseo.

A los pocos años del fallecimiento de Kafka, el escritor se convirtió en un ídolo.

Kafka en Praga, 1922

Kafka en Praga, 1922

18. Dentro de un «círculo imaginario». En 1918, cuando estaba a punto de cumplir 35 años y dado el progresivo agravamiento de la turberculosis, la empresa de seguros concedió a Kafka una prejubilación por enfermedad. Los seis años que le quedaban de vida los pasó entrando y saliendo de sanatorios, donde recibía cuidados paliativos, dado que la medicina de entonces no tenía remedios válidos para la dolencia.

Kafka advierte el final y traza un diagnóstico vital dulcemente amargo:

Parece evidente que nunca podré trazar una línea recta que dirija mi vida. Es como si me hubiesen dado el centro de una circunferencia para que determinara el radio y pudiera dibujar un círculo. En lugar de hacerlo así, me he dedicado a dibujar radios y más radios, que siempre he truncado (el piano, el violín, los idiomas, la filología, el antisionismo y el sionismo, la jardinería, la carpintería, la literatura, las tentativas de matrimonio, la aspiración de tener una vivienda propia). El centro de ese círculo imaginario está lleno de radios que empiezan y no acaban… y ya no hay lugar para un nuevo intento.

19. La palabra, «una lanza». Como no podía ser menos tratándose del gran demiurgo de la palabra entera, desnuda de aleaciones adverbiales e insultos mágicos, la última nota en el «cuaderno duodécimo» de los diarios es una declaración sobre la pureza de la escritura y la condena del escritor:

Cada vez más angustiado cuando escribo. Es comprensible. Cada palabra, volteada en la mano de los espíritus —ese giro de su mano es el movimiento característico de ellos— se convierte en una lanza dirigida contra el que habla.

Kafka, en sombras

Kafka, en sombras

20. Ayunador profesional. El 3 de junio de 1924 Kafka, que acababa de cumplir 41 años, murió en un sanatorio de Viena. La causa última del deceso fue la tuberculosis, pero la muerte se produjo por inanición: la infección se había cebado con la laringe, estrechándola hasta tal punto que no era posible la ingesta de ningún tipo de alimento y la alimentación parenteral todavía no había sido desarrollada.

Días antes de la muerte, Kafaka corrigió el original del relato Ein Hungerkünstler (Un artista del hambre).

La historia, en el preciso «blanco y negro» sin adornos que Nabokov advertía en Kafka, un autor nunca se permitía el pecado de las metáforas, detalla la decadencia de un artista de circo, un ayunador profesional, que se muere de hambre en una jaula.

Había sido ignorado sistemáticamente por el público y permanecido encerrado hasta que uno de los administradores del circo le preguntó si aún seguía pasando hambre. Su respuesta fue que se moría de hambre porque nunca había encontrado una comida que le gustara. Tras la muerte del ayunador, la pantera que ocupó la jaula atrajo mucho público.

[Escrito para Trasdós]

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