Mapas de memoria: primera escuela

09/06/2013


En esta casa, hoy abandonada y sólo sujeta al presente por la solidez de la piedra de cantería, fui a la escuela por primera vez. Está en Roxos (municipio de Santiago de Compostela), en la antigua carretera que conduce a Noia, lugar de antiguos gremios artesanos y, según algunos, probable localización del lugar de descanso del Arca de Noé tras el gran diluvio bíblico.

Viajé a la escuela en los mapas de Google para rebuscar en los arcones de mi apolillada memoria. Encontré musgo, dos ventanas y una puerta trajinadas por la humedad y los años, un canalón de aguas bajantes, una techumbre de tejas que quizá haya sido reparada por los habitantes de la vivienda vecina… Los alrededores han sufrido el drástico cambio de toda la comarca: hace más de medio siglo Roxos era un lugar campesino de nueces, huertas y praderías y ahora es un abúlico suburbio de Santiago.

La escuela era unitaria. Convivíamos, en una sola estancia y con un solo maestro, niños desde 6 hasta 12 años.

El aula también está nublada en mis recuerdos, sólo retengo los pupitres compartidos por dos alumnos, la figura en contraluz del docente y la puertecilla que daba paso al retrete del patio trasero, una caseta de mampostería con un simple agujero en el suelo para que nuestros residuos bajaran a la fosa séptica. El maestro, de quien puedo afirmar que era cruel y gritaba, castigaba las desobediencias con encierros en el hediondo cuchitril.

Vivía con mi madrina, Maruja, la hermana menor de mi madre, en una casa cercana. Mis padres estaban en la emigración venezolana y, aunque me habían llevado con ellos un tiempo, habían tenido que devolverme a Galicia porque las cosas no iban del todo bien. Enviaban dinero a mi madrina y para mí llegaban paquetes postales que contenían joyas extraterrenas en aquel submundo agrícola de agua de pozo, leche recién ordeñada y zuecos para sortear el barro: miniaturas de hierro de coches de carreras, turismos estadounidenses, camiones, furgonetas, maquinaria de obras… Los cochecitos me fascinaban hasta tal punto que ni siquiera jugaba con ellos y me limitaba a la pasmada contemplación.

De alguna manera que tampoco recuerdo algunos de los alumnos mayores de la escuelita supieron de la colección y me chantajearon para que les fuese entregando los juguetes. La amenaza que formulaban no admitía negativa: me acusarían ante el maestro de alguna trastada, algún error, y él me encerraría en la letrina. Fui llevándoles las miniaturas hasta que Maruja las echó en falta y me obligó a contar lo qué estaba sucediendo .

En una mañana que se me aparece ahora como neblinosa pero sin lluvia, mi madrina y yo hicimos el recorrido por las casas de los chantajeadores, quizá cuatro o cinco críos de las aldeas cercanas. Mi madrina hablaba con las madres, explicaba la situación y los cochecitos eran devueltos.

Sabía que los abusones serían castigados por sus padres y me espantaban las consecuencias. En el camino de regreso a casa ni siquiera quise tocar las miniaturas. Recuerdo, con una certeza absoluta que contrasta con la memoria velada de todo lo demás, que yo caminaba mirando al suelo, de la mano de mi madrina. Con la otra mano hacía signos en el aire, como escribiendo en el vacío, como rezando…

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2 Responses to Mapas de memoria: primera escuela

  1. X A Pena on 21/08/2013 at 09:59

    Hombre Roxos ni abúlico, ni suburbio (salvo que te refieras a su acepción inglesa), pues es la zona de chalets más cotizada de Santiago.
    La escuela. Si te refieres al profesor D. Jesús Ríos Silva, no recuerdo el castigo de encerrar en los retretes, y eso que cursé allí toda la EGB, de 1969 a 1975, por lo que adivino una diferencia de edad que implica no recordarte. Eran dos aulas, la de niños la que está rehabilitada en la actualidad, la de niñas la que presenta el estado que bien comentas.
    Debes ser contemporáneo de los hijos de los panaderos, pero estos estudiaron en Peleteiro.
    Un cordial saludo,

    • j.a.g. on 21/08/2013 at 10:21

      Ciertamente hay una diferencia de edad: hablo de los años cincuenta y Roxos era una aldea abúlica, sí. Por desgracia no recuerdo el nombre del maestro, pero sí su crueldad. Gracias.

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